En Torno a una Beatificación en Madrid (II). Don Álvaro

Decidí llamar a esta serie de artículos con un nombre común, seguido de un número romano que indique el número de artículo que es. A continuación pondré el título respectivo que trata más directamente con el artículo. Por último, pondré en todos los artículos esta misma introducción para explicar estas ideas y las del siguiente párrafo.

Tuve la dicha, y gracia de Dios, de asistir el pasado sábado 27 de septiembre de 2014, en Valdebebas, Madrid, a la Beatificación del Venerable Siervo de Dios, Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, obispo, primer Prelado del Opus Dei. Todos estos artículos girarán en torno a esta fecha y a esta actividad.

Don Álvaro

Este año 2014 es el centenario del nacimiento de Don Álvaro, así como el año de su beatificación. Recientemente han salido publicados muchos libros sobre él, tanto una biografía a fondo, como varias breves biografías o reseñas personales. 

Pero como esta serie de artículos tiene como fin contar mi experiencia sobre la beatificación de Don Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, me parece lógico que hable -escriba- un poco sobre él. 

Nació en el Madrid de hace 100 años, como viene siendo dicho, de una mamá mexicana y un papá español. A los 21 años mientras estudiaba en la Universidad, conoció el Opus Dei, y pidió su admisión. Se ve que San Josemaría se fijó especialmente en él por sus virtudes humanas, pero especialmente por su sentido sobrenatural, a tal nivel que fue su apoyo desde ese 1935 hasta el 26 de junio de 1975, cuando San Josemaría se fue al cielo. 

Don Álvaro fue elegido en ese mismo año 1975 como sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei. Durante 19 años fue «el Padre», el papá de esta familia que es la Obra.  El 23 de marzo de 1994 pasó a estar en el Cielo.

A medida que he ido conociendo más de la vida de Don Álvaro me ha impresionado cómo un hombre tan dotado de recursos humanos fuera capaz de entregar todos esos recursos al servicio de la Iglesia y del Opus Dei sin sobresalir humanamente: sólo un  hombre tan santo como él podía haberlo hecho. Sus tres doctorados en ramas tan diferentes como la Ingeniería Civil, la Historia y el Derecho Canónico dicen ya sus dotes de inteligencia; su capacidad de trabajar en muchas cosas a la vez, dicen mucho de su voluntad; la capacidad de dar paz y serenidad alrededor hablan de su intenso trato con Dios.  Don Álvaro fue un hombre que pasó desapercibido públicamente; pero era un gran santo. Don Álvaro trabajó muchísimos años en la Santa Sede; cuando falleció don Álvaro varios eclesiásticos comentaron que ellos se habían confesado con él durante muchos años. Se dice que en la Santa Sede Don Álvaro tenía fama de santidad, que es mucho decir.

Don Álvaro sobresalía en varias virtudes. La alegría, el buen humor. La constancia. El no arredrarse ante las dificultades, sino afrontarlas y enfrentarlas directamente. Optimismo. Por supuesto que tenía una fe enorme, una esperanza grande y una caridad a Dios y a los demás que crecía día a día. Pero sobresalía especialmente por la fidelidad y por dar paz y serenidad a todos a su alrededor.

No tengo anécdotas de primera mano pero conozco algunas que trataré de plasmar aquí.

Al día siguiente de su ordenación episcopal en enero de 1991 se disponía a celebrar su primera Misa como Obispo, rodeado de todos sus vicarios de todo el mundo. Estaban revistiéndose, y el maestro de ceremonias indicó que tenía que ponerse la mitra; y empezaron a ver, y resultaba que no estaba la mitra. Toda la gente fuera, todos los vicarios revestidos, y no estaba la mitra. Entraron en pánico todos. Menos Don Álvaro, quien con gran paz indicó que fueran a recogerla. Así de sencillo, paz y serenidad.

Las anécdotas de fidelidad son de más largo calado precisamente por la naturaleza de esta virtud. Don Álvaro había recibido en herencia de San Josemaría dos encargos: conseguir para el Opus Dei la configuración jurídica y comentar los apuntes íntimos. También él se había propuesto escribir todo lo que recordaba de San Josemaría. Transcurridos los años logró los tres objetivos; y habiendo alcanzado le comentó a un hijo suyo aquello del Evangelio, del Anciano Simeón que dijo «Nunc dimitis», ahora Señor, ya puedes llevarte a este siervo, porque había cumplido lo que tenía pendiente.

Cuando releo lo que he escrito me doy cuenta que me quedo corto explicando la personalidad de Don Alvaro. Pero bueno, aquí está.

Otro día nos vemos.