En torno a una Beatificación en Madrid (I). Prolegómenos

El escritor de este texto durante el viaje que describe más abajo en 1979. Esta foto está tomada en el atrio del Duomo de Milán en abril de ese año. (Perdón por la calidad de la foto, pero es de las pocas fotos que tengo de esa época).



Decidí llamar a esta serie de artículos con un nombre común, seguido de un número romano que indique el número de artículo que es. A continuación pondré el título respectivo que trata más directamente con el artículo. Por último, pondré en todos los artículos esta misma introducción para explicar estas ideas y las del siguiente párrafo.

Tuve la dicha, y gracia de Dios, de asistir el pasado sábado 27 de septiembre de 2014, en Valdebebas, Madrid, a la Beatificación del Venerable Siervo de Dios, Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, obispo, primer Prelado del Opus Dei. Todos estos artículos girarán en torno a esta fecha y a esta actividad.


Prolegómenos

Todavía recuerdo cuando escuché por primera vez esta palabra: Prolegómenos. Hacía la revisión literaria -gramatical, ortográfica, redaccional- de mi tesis de licencia en matemática, y había puesto varias veces -en diferentes capítulos- la palabra Introducción como título de los primeros apartados de dichos capítulos. Mi revisor me indicó que introducción sólo había una -había intitulado así mi primer capítulo- y que luego las demás introducciones a cada capítulo era mejor llamarlas «prolegómenos». Así que a partir de ese momento me ha gustado usar esa palabra, sabiendo que la gente pone cara de what cuando la oye, pues no es una palabra común en el lenguaje coloquial, por lo menos en los ámbitos en los que me desenvuelvo. Así que tiene su razón de llamar a esto con la palabra prolegómenos y no introducción.

Los prolegómenos del 27 de septiembre de 2014, fecha alrededor de la cual gira esta serie de artículos se retrotraen unos «pocos» años atrás, cuando siendo un pequeño adolescente, con 13 años, mi papá -el famoso Don Rolando- me preguntó que qué haría en vacaciones. En las vacaciones de los dos años anteriores había dedicado bastante tiempo a entrenar Basquetbol en la infantil de mi colegio; esos dos años de entrenamiento habían finalizado, pues con el cambio a 14 años que pronto cumplimentaría, tendría que dejar la infantil y tratar de incorporarme a la juvenil del mismo deporte y en mi mismo colegio. Pero existía un pequeño problema, que era insoluble para mí y por lo cual me tenía bien merecido el apodo que mis compañeros de clase me decían: «enano». Efectivamente, era de los más pequeños -chaparros- de todos mis compañeros, y ese fue el principal obstáculo para tratar de ingresar a la juvenil de Basquetbol de mi colegio; así que opté por no presentarme a buscar un lugar en la juvenil, para evitar la vergüenza de no ser aceptado por «chaparro». Entponces «decidí» unilateralmente no hacer nada en las vacaciones de octubre de 1978 (para los pocos mexicanos que me leen, explico que,  tanto en El Salvador como en Guatemala, el ciclo académico ordinario es año calendario: de enero a diciembre).

Así que cuando mi papá me preguntó el viernes previo al inicio de mis tan ansiadas vacaciones, «¿qué vas a hacer en vacaciones?» le di mi respuesta que tenía muy bien pensada: «Nada. (Pausa). Ver televisión». Creo que la respuesta no le agradó nada a mi señor padre, y pasó al contraataque con un «¿no te gustaría meterte al curso de vacaciones del Sherpas?». (El Sherpas era un club -bueno, sigue siendo- juvenil en San Salvador, la capital de El Salvador). Mi respuesta inmediata fue un «no» rotundo, que menos le gustó a mi papá. Entonces él también decidió unilateralmente cuál iba a ser mi trabajo durante las vacaciones, y que de ninguna manera me iba a quedar en la casa sin hacer nada, o peor, viendo televisión. Así que me dijo: «pues te vas a ir a la oficina, y vas a contestar el teléfono todas las vacaciones». Con eso se terminó la conversación, y no me quedó más remedio que prepararme para mi aburrido trabajo de contestar el teléfono en la oficina de mi papá durante los tres meses y pico que duraban mis vacaciones escolares.

Lo que no sabía era que mi papá me había tendido una trampa inesperada. Así que el lunes siguiente, tempranito por la mañana, bien vestidito, bañadito y bien peinado con mi «gel» de la época -el famoso Vitalis- salí dispuesto a pasarme una aburrida mañana contestando «Almacenes de Desarrollo, buenos días», y que de vez en cuando algún insensato me dijera «señorita, me puede comunicar con…» por la voz de niño que todavía tenía.

Total que salimos de la casa -yo con una cara de ningún amigo, totalmente empurrado, por lo molesto que estaba- en dirección a la oficina, a la que llegamos un poco antes de las 7:45 am. Pero,-y aquí fue la trampa de mi querido papá- en lugar de entrar a la oficina, me dijo: «vení»; salimos caminando en dirección de la sede del club Sherpas, que estaba situada a media cuadra de la oficina de mi papá, prácticamente atravesando la calle más importante del San Salvador de la época, la Doble Vía. Creo que él, y mucho menos  yo, se le ocurrió pensar que ese acontecimiento iba a marcar mi vida profundamente.

Así conocí el Club Sherpas. Totalmente molesto, porque a la molestia de ir a contestar el teléfono se unió la molestia de la trampa, y también la molestia de no haber visto venir la trampa… Me inscribió al curso de vacaciones; y a los pocos minutos ya estábamos en las actividades de ese mes de actividades. Media hora más tarde había desaparecido el «empurramiento» de mi cara, y había salido de allí una sonrisa que varias horas después -mientras almorzaba con mis papás- todavía seguía teniendo.

La serie de coincidencias que ocurrieron después no tienen explicación desde esa palabra «coincidencia». El Club se cambió de sede -a dos cuadras de mi casa-, me invitaron a ayudar en el Club como instructor, y seguí haciéndome amigo de los que ahí llegaban. La cosa, que con mis 14 años cumplidos, en febrero de 1979, recibí la invitación de asistir al congreso Univ en Roma. El Club Sherpas organizaba cada año, una delegación, junto con otros países de Centroamérica a ese congreso que se realiza todos los años en Roma durante la Semana Santa. En ese año 1979 se realizaría por primera vez con el nombre UNIV, pues antes era conocido como el ICU. En fin, la cosa es que me dieron la invitación de un viaje «corto» de tres semanas, pasando por Portugal, España, Francia para culminar en Italia. Todo promovido por fieles del Opus Dei, y con la atención de un sacerdote de la misma institución. 

[Hago un «corchete» a mi discurso. A medida que voy escribiendo, me voy dando cuenta de lo que ha influido en mi vida la decisión de atravesar la calle desde la oficina de mi papá al Club Sherpas. Porque incluso, los maravillosos años que pasé en los Scouts se derivan de esa decisión, que ahora no comentaré porque no tiene que ver directamente sobre lo que estoy escribiendo aquí. Cierro el corchete, o paréntesis cuadrado como también se llama].

El congreso estaba dirigido a Universitarios y yo era un imberbe de 14 años, que además, era un «enano» pues era el más chaparrito de todos mis compañeros. Así que de universitario no tenía absolutamente nada. Pero las cosas son como son, y también estaba dirigido a «preuniversitario», y aquí los jefes de los Clubes de Guatemala, Costa Rica y El Salvador, aplicaban «manga ancha» a la interpretación de esa palabra «preuniversitario». Recuerdo la explicación que me dieron: «en Europa preuniversitario incluye los tres últimos años de colegio, y como vos estás en noveno grado, estás allí incluido». A mí no me faltaban tres años sino cuatro, pero «caí» en la categoría preuniversitario.

Sin entrar en otros detalles, ese viaje me sirvió para varias cosas:
1. Conocer a San Juan Pablo II.
2. Conocer al Beato Álvaro del Portillo y Diez de Sollano.
3. Conocer la tumba de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
4. Entender muchas cosas del espíritu del Opus Dei, la Obra.
5. Conocer y hacer amistad con muchas personas, con las que todavía tengo amistad.
6. Y varias cosas más.

Por de pronto sólo quiero explayarme cómo conocí al Beato Álvaro.

Una de las actividades del Congreso en Roma consistía en  una tertulia con el Prelado del Opus Dei (el Opus Dei en esa época no era Prelatura, pero caigo a propósito en el anacronismo para evitar dar explicaciones que no vienen al caso). La cosa es que para esa tertulia, por llegar de tan lejos, nos pusieron casi en segunda fila (la primera fila era de gente que se encargaba un poco de la seguridad de la tertulia). Así que imagínate, a un mocoso de 14 años, literalmente con cara de niño, y acompañado de otro que también tenía cara de niño, dentro de un grupo de universitarios…pues era algo extraño… como decía un autor «que era más extraño que uno oso pardo en misa de requiem».

Pues tan extraño fue que durante la tertulia, en un momento determinado, Don Álvaro se volteó a dónde estábamos nosotros, y, viendo a uno dijo: «oye, tú te has colao». Todavía oigo su tono de voz y su acento diciendo la palabra tal y cómo la he escrito «colao». Todavía no sé si me volteó a ver a mí o a mi vecino. Quiero creer que se dirigió a mí. 

El tono de voz, la forma de decirlo y demás, no invitaba a salir huyendo del lugar, sino a todo lo contrario. Quizá en ese momento no lo vi así, pero luego, pensando en la frase y en el tono con que lo dijo, pienso que Don Álvaro lo comentó con cariño, como diciendo, «te has colado, porque no tienes edad, pero qué bueno que estás aquí; sigamos con la tertulia».

Pues así, en abril de 1979 fue como conocí a Don Alvaro. En esa época se le conocía como «el Padre», pues al ser el Prelado del Opus Dei, era el papá de esa familia que es la Obra.

Termino aquí, pues mi objetivo para hoy era recordar aquellos días de finales de 1978  e inicios de 1979 que marcan mi conocimiento de Don Álvaro, del Beato Álvaro.

A medida que escribo van viniendo a la memoria más cosas que espero plasmar en estas páginas más adelante.

Así que por de pronto aquí termino.