Agustín


Hoy celebra la Iglesia católico a uno de sus grandes santos: Agustín de Hipona. Esta gran prohombre es muy importante en la historia, no sólo de la Iglesia, sino del mundo. En buena parte a él debemos la transmisión de la filosofía griega, especialmente de Platón. En la Iglesia tiene una importancia especial por varias razones: es un hombre que empieza a acercarse a Dios -desde una vida disoluta- a través de la razón; la conversión le exige un esfuerzo enorme de cambio de vida; su cambio de vida es de 180 grados; le eligen obispo, y se convierte en un gran pastor de Hipona; se conservan cientos de sus sermones, que son muy utilizados en la Liturgia de la Iglesia; y también es un Teólogo de primera magnitud (para algunos sólo superado por Santo Tomás de Aquino). Su predicación ha calado en la cultura cristiana de occidente, y hay frases famosas de San Agustín: «Ama y haz lo que quieras»; «Camina siempre, no te detengas»; «Aquel que Te creó sin ti, no Te salvará sin ti»; «Tarde te amé, Hermosura tan antigua»;  y otras más.  Es considerado el culmen de la época denominada Patrística, y está entre los 4 grandes Padres del occidente cristiano (era africano del norte de África, en el «mare nostrum» de los romanos); aunque quizá habría que decir que es, por antonomasia, «el Padre de la Iglesia». Según parece escribió más de 100 libros. Aquí les dejo un breve extracto de quizá su libro más famoso: «Las Confesiones».

Felicidades a todos los Agustín…

Día 28: SAN AGUSTÍN, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA ¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!
[Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo (Libros 7,10.18;10, 27: CSEL 33,157-163. 255)] Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que ha entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: “Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí”.
Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.