Plantel querido, jardín de la infancia

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Plantel querido, jardín de la infancia

El pasado 16 de octubre, mis compañeros de bachillerato y yo, cumplimos 37 años de haber terminado los estudios en el Liceo Salvadoreño. Allá, en el lejano 1982, la situación política de El Salvador ya estaba hecha un caos, y la guerra de guerrillas (o civil, según se vea) de mi país natal ya había empezado a segar inútilmente muchas vidas.
En ese ambiente terminamos el bachillerato (preparatoria para algunos países). La mayoría de mis compañeros habíamos llegado al colegio en 1970 a comenzar en preparatoria (preprimaria). Así que ya llevábamos 13 años en el colegio y conocíamos todo lo que ahí pasaba. Cuando llegamos a ese “plantel querido, jardín de la infancia” -como dice el himno de mi colegio- empezamos una muy buena formación académica, adecuada para la época.
Los recuerdos de los primeros años son pocos y de vez en cuando regresa alguno. Pero para mí, los primeros años fueron también de enamorarme de mi colegio. Una fórmula que había para hacerlo era apoyar al colegio en los deportes. Y, de manera particular, había que dar el alma en el basquetbol. Las emociones tienen su culmen cuando recuerdo aquellas idas al gimnasio nacional a apoyar al equipo de la mayor de mi colegio. Recuerdo particularmente los años 1974 y 75, cuando mi colegio formó un equipo imbatible (allí jugó mi hermano José Roberto). Pero a medida que íbamos creciendo las emociones eran más grandes porque los que jugaban eran tus mismos compañeros; así que la necesidad de apoyar, cantar más fuerte, gritar, era incontenible.
Hay una escena que la tengo muy grabada en la memoria. No recuerdo exactamente qué año fue, pero pudo haber sido 1980 ó 1981. Era un partido final o semifinal. Íbamos ganando por dos puntos y quedaba poco tiempo. Gritábamos y cantábamos hasta desgañitarnos. Hubo un momento en el que el equipo contrario -no recuerdo si era el Colegio Santa Cecilia- disparó al aro… la bola tardó una eternidad en subir y caer. Y recuerdo que en ese preciso instante oí el “silencio”. Quizá estábamos unos 15,000 colegiales viendo el partido, y todos nos callamos. Nosotros deseando y rezando para que esa bola no entrara; los otros, haciendo lo mismo, para que nos empataran. Después de esos segundos que me parecieron eternos, todos vimos cómo entró la pelota al aro, y nos empataban el partido. Mi reacción fue de lamentarme en silencio -como todos los que estábamos allí de parte de mi colegio-. Tuve tiempo de voltear a ver enfrente, donde en dos grandes niveles, estaban los que apoyaban al equipo contrario. En el mismo instante el silencio se fue al garete, y cada uno de los aficionados dieron un salto y un grito que retumbó todo el gimnasio. Nuestros jefes de barras (porras) nos dieron ánimos para seguir gritando, y así lo hicimos. No recuerdo el final de ese partido, pero tengo la impresión de que lo perdimos… aunque siempre el Liceo ha sido Campeón … como se gritaba y se grita todavía, “Liceo campeón, Liceo campeón”.

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Pero bueno, me dispersé. No quería escribir sobre esto, sino sobre nuestra promoción de bachilleres del año 1982. En los días finales del último año del Bachillerato Académico no nos portamos bien como promoción e hicimos unos relajos visitando otros colegios y en nuestro mismo colegio. Al final, el castigo fue quedarnos casi sin ceremonia de graduación. Se logró negociar, y la ceremonia fue una sola cosa: misa y graduación juntas. Los rostros de los Hermanos Maristas que asistían a esa ceremonia denotaban el descontento con nosotros -en su justa razón-. Pero al final, el 16 de octubre de 1982 nos dieron nuestro diploma de Bachiller Académico, con especialidad Físico-Matemático o Químico-Biológico.

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Lo interesante es que de esa revoltosa promoción de bachilleres han salido grandes prohombres connotados. Algunos políticos, militares, investigadores, profesores, abogados, médicos y un largo etcétera. Muchos regados por diversas partes del mundo. Tenemos varios políglotas… en fin. Y lo mejor es que desde hace unos años, comandados por el presidente de nuestra promoción, el tocayo Javier, se creó una “Fundación Liceísta Hermano León” para ayudar con becas a algunos alumnos de nuestro colegio. La labor ha sido ininterrumpida desde 2008, dando becas a casi 150 alumnos necesitados.

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(El Hermano León, inspirador de la juventud deportista)
Este año, para aumentar la recaudación de fondos a mis compañeros se les ocurrió organizar una cena para todas las promociones de bachilleres. Se apuntaron exalumnos de 18 promociones y el evento fue un éxito. Lamentablemente no pude asistir, pero el chat lleva mil mensajes de felicitación.
Un video que mandaron ayer nos puso la carne de gallina a todos los que no estábamos allí. En el restaurante todos empezaron a cantar el himno del colegio “plantel querido, jardín de la infancia y fresco oasis de la juventud” … “y verdes lauros de ciencia y virtud” ….
Pienso que aquel plantel querido y, que fue realmente para nosotros un jardín de la infancia, quizá no fue tanto un fresco oasis de nuestra juventud… pero eso se ha compensado con creces con esos verdes lauros de ciencia y en especial de virtud. Ayudar a los demás sólo es posible con verdes lauros de virtud. Así que, compañeros liceístas de todas las promociones, muchas gracias por su apoyo y ayuda… y que siempre se repita.
Himno del Liceo Salvadoreño
(De los Hermanos Maristas de la Enseñanza)
Plantel querido, jardín de la infancia
Y fresco oasis de la juventud
Tú nos deparas dulzor y fragancia
Y verdes lauros de ciencia y virtud
Canten vibrantes en plácido coro
Voces acordes de férvido amor
Que es el Liceo preciado tesoro
Glorioso alcázar de San Salvador