Implementar lo decidido

La vida de cada uno de nosotros está llena de decisiones, miles diariamente.

Algunas de mayor entidad que otras.

También nuestra vida está llena de hábitos y costumbres que proceden de decisiones antiguas -algunas de muchos años ha- que quizá necesitan una revisión.

De cualquier manera, tomar algún tipo de decisiones siempre tiene dificultades: el riesgo de equivocarte, el terror de la indecisión ante las alternativas, el deseo de tener certeza, el miedo de la renuncia a las alternativas que no escogemos, la preocupación de la implementación y de la reacción de las personas involucradas…

A lo largo de muchos de estos posts he escrito sobre los tres “momentos” de la acción directiva, que son el Diagnóstico, la Decisión y el Mando.

Como es de costumbre, nos gustaría “saber” cuál de los tres momentos es el más importante.

No hay una respuesta a eso. Cada uno de estos tres momentos tiene lo suyo.

Diagnóstico

El Diagnóstico puede llevarnos mucho tiempo: buscar información, analizarla, trabajarla, sacar conclusiones, consultar con otras personas, y mil cosas más: para encontrar el problema y sus posibles soluciones.

Para el Diagnóstico es necesaria la experiencia, los años, las metidas de pata que hemos hecho; así mismo, nos ayuda mucho el conocimiento de técnicas y métodos que corresponden al ámbito de la decisión.

Un entrenador de fútbol analiza a cada equipo al que se enfrentará, considera uno a uno a los jugadores contrarios y luego pone en comparación a los suyos. Posteriormente planea cómo enfrentará a ese equipo en concreto.

Decisión

Y viene la Decisión.

Ese acto -cuasi inmediato- por el que la voluntad escoge una alternativa de las posibles soluciones al problema que ha estado analizando.

Y aquí viene lo ulterior.

Mando

El Mando no es más que un alargamiento de la acción de decidir.

Me mando a mí mismo para poner en práctica lo que he decidido.

Y dependiendo de qué tan profundo, tan interno, tan intenso fue el acto volitivo -entiéndase, de la voluntad- así será la puesta en práctica de lo decidido.

Si nos ha costado renunciar a las otras alternativas, habremos tomado una decisión muy débil, que nos llevará a no poner todo el empeño en sacarla adelante.

Ante los primeros problemas daremos marcha atrás. No seremos constantes ni fuertes para movernos y mover a los demás, a conseguir lo que queremos.

Es un querer sin querer. “Fue sin querer queriendo” como diría el personaje por todos conocido.

Quiero y no quiero.

El Pacto

Cuando decidí no hice un pacto conmigo mismo acerca de lo decidido. Me decidí porque quizá “había que hacerlo”, pero no hubo ese “matrimonio” entre la decisión y yo.

Si me he propuesto conseguir algo (la “meta”, que es el resultado de la Decisión) tengo que poner todo el empeño en conseguirla.

Un buen amigo me preguntaba si hay algo por escrito sobre cómo implementar las decisiones.

Cuando me lo pidió me pregunté, ¿servirá realmente que él lea algo sobre cómo implementar una decisión?

Es tan fácil y tan difícil.

Implementar una decisión es fácil cuando hemos planeado todo, previsto todo, pensado todo… y nos hemos lanzado de cabeza a conseguirlo, con todo el empeño posible.

Implementar una decisión es difícil cuando no se ha pensado bien, cuando se dejan cosas a la improvisación y cuando luego no nos hemos casado con la decisión…

Si la meta propuesta, el objetivo a conseguir es muy grande, hará falta un gran esfuerzo para llegar a ese fin.

Per áspera ad Astra decían los antiguos: a las estrellas se llega por las dificultades, por lo áspero, por lo que cuesta.

Y en ese proceso creceremos como personas: es una maravilla.

Y si a eso le metemos ilusión, cariño, empeño, amor, el camino áspero se convierte en un camino que te llena de alegría.

Alegría que encontramos en poner en práctica lo que hemos decidido.

En ver como va creciendo “la criaturita” que hemos pensado y planeado.

¿Cuesta? Claro que cuesta. Por eso Llano hablaba de dos actitudes (virtudes) para conseguir la meta propuesta.

Son la constancia y la fortaleza. Constancia para soportar el cansancio. Y Fortaleza para vencer el miedo y las dificultades.

Estas son virtudes personales que de alguna manera acaban en uno mismo.

Porque también hablaba de una tercera virtud que es la confianza en los demás. Es una virtud propia pero que tiene repercusiones hacia los demás que me ayudan a recorrer el camino hacia la meta.

Camino lleno de dificultades, piedras, baches, rastrojos, enemigos de fuera y de dentro.

Y allí vamos, acompañados de otros que han confiado en nosotros para alcanzar esa meta.

Siendo una meta alta, grande, magnánima, no puede pensarse que la lograremos por nosotros mismos. Requerimos de los demás.

Longanimidad

Hace poco escribía acerca de la longanimidad, donde decía que esta virtud -poco conocida y con un nombre poco agraciado- es como una fusión entre la magnanimidad y la constancia.

Preguntándole a la IA sobre la longanimidad, me decía lo siguiente: “La longanimidad es una virtud que se refiere a la constancia, la paciencia y la fortaleza de ánimo ante las situaciones adversas de la vida. La palabra longanimidad deriva de los términos longus y animus del latín que significa largo sufrimiento. En español, se define como “grandeza y constancia de ánimo en las adversidades”. En la Biblia, la longanimidad simboliza aquella persona que es capaz de levantarse ante una adversidad y que, en lugar de obrar con mala fe ante las adversidades, tiene la serenidad y paciencia de esperar.”

Así que, para implementar una decisión quizá podríamos decir que nos conviene ser longánimos.

PS1.

La foto es cedida de parte de mi amigo Talío.

PS2.

Mi amigo, quien originó este post me ponía un ejemplo que aquí transcribo con algunas acotaciones.

«Otros ejemplos de decisión y su implementación, sería como el elegir una carrera universitaria, o algo más trascendental como el matrimonio.

Por más que diagnostiquemos no hay certeza de cómo nos va a ir; siempre con la esperanza de que saldrá bien».

Hasta aquí el ejemplo que pone mi amigo. Algunas acotaciones:

  1. Nunca hay decisión con certeza. El riesgo -la incertidumbre- priva siempre, no sólo en el diagnóstico sino también en la implementación en el tiempo. Y al tomar una decisión magnánima, el tiempo de implementación puede durar incluso toda una vida.
  2. La decisión de estudiar una carrera universitaria es de las cosas más difíciles que hay, porque no se puede hacer un verdadero diagnóstico, debido a la falta de conocimiento. Además, por más que te expliquen en qué consiste una carrera universitaria, te acabas enterando de a de veras, el día que te dan el título de licenciado. En fin… todo un tema para otro post.