Decido sobre mí mismo

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Quizá no sea el día mas adecuado para estudiar, pero, este Jueves Santo, me he encontrado con un pequeño matiz en mi estudio sobre la decisión en la obra de Carlos Llano, que me ha llenado de alegría (alegría por el descubrimiento).

Es un pequeño matiz, pero que me dio muchas luces. Y que creo que tiene mucha importancia, no sólo con relación al tema que estoy trabajando, sino también, y principalmente, en la vida de cada uno.

Espero poder explicarlo lo mejor que pueda…

Comienzo con una introducción al tema, antes de llegar al matiz en cuestión:

El proceso de una decisión, de una toma de decisiones, siguiendo a Llano lo he resumido en el DiDeMa, que son las primeras dos letras de Diagnóstico, Decisión y Mando. 

Los tres «momentos» son necesarios para tomar una Decisión; quizá la más importante es el Mando, ya que «aterriza» lo hecho anteriormente en el Diagnóstico y la Decisión. Llano dice que si una decisión no se pone en práctica, no es realmente una decisión.

Pero a efectos de estudio, el Diagnóstico y la Decisión son las que se llevan las palmas, porque es en esos dos momentos sobre lo que más se pueden estudiar.

El Diagnóstico, es algo propio de la inteligencia, y tiene que tomar en consideración muchos elementos; usar de muchas herramientas; tener una visión holística -como está de moda decir hoy-.

La Decisión es algo propio de la voluntad. Al final de cuentas quien decide es la voluntad de la persona. 

Está claro que decide la persona, igualmente que diagnostica la persona, pero haciendo una distinción, quien diagnostica es la inteligencia y quien decide es la voluntad.

Con relación a la inteligencia, es necesaria que ésta, en el diagnóstico, llegue a una opinión para que luego se pueda decidir. En general, nos gusta buscar la certeza, el tener seguridad «intelectual» de que aquello que decidiremos será lo mejor entre dos o más alternativas. Pero si estamos en una situación de certeza, realmente no hay decisión, porque la decisión será escoger entre por lo menos dos cosas, y cuando estamos cierto de algo, estamos cierto de sólo eso, por lo que no hay alternativas a escoger. Así que la inteligencia necesita tener una opinión, que podríamos definir coloquialmente como que me «guste» una de las alternativas pero con el «miedo» de que la otra (o las otras) sean las mejores.

Y aquí es cuando interviene la voluntad. La voluntad escoge, decide, sobre la alternativa sobre la que la inteligencia tiene opinión. Así actúa la voluntad, dando ese paso al que la inteligencia no se atreve por la falta de claridad meridiana de la mejor alternativa.

Y aquí empiezan los matices; porque lo dicho arriba es cierto, pero incompleto. Sólo me falta dar un último marco de referencia, y es que aquí Llano está estudiando cómo es la decisión ante dos bienes que son muy parecidos. 

El proceso que he resumido en DiDeMa no es un proceso de producción de ingeniería, que primero es una cosa y luego la otra. No. Aquí, especialmente en el Diagnóstico y la Decisión (DiDe) hay una ida y vuelta, un ir y venir entre la inteligencia y la voluntad. La inteligencia presenta las ventajas y desventajas de algo, y la voluntad va queriendo o no aquella alternativa; y luego se analiza otra y se ve qué pasaría si la ponemos en práctica (como afectaría a la situación que ha originado mi proceso de toma de decisiones)…

De hecho, lo que la voluntad escoge es lo últimamente pensado por la inteligencia. Pero no lo escoge por ser lo últimamente pensado; sino que es lo últimamente pensado porque la voluntad lo ha escogido.

Este párrafo anterior -digno de un Jueves Santo- nos recuerda un tema importantísimo en la actuación del ser humano: su libertad. El hombre, la mujer, decidimos libremente, actuamos libremente (con nuestra libertad limitada que tenemos). Pero si afirmamos que la voluntad decide lo último que le presenta la inteligencia, estamos afirmando que la voluntad no decide libremente, sino que es la inteligencia  la que decide. Cosa que no sucede; es de experiencia común que antes de toda decisión hemos estado en un momento de indecisión.

Y la indecisión (que es algo propio de la voluntad) está asociada a la opinión (que es algo propio de la inteligencia).

Entonces, estamos indecisos (voluntad), tenemos  una opinión (inteligencia)… y allí nos podríamos quedar en un «loop» que no terminaría nunca si no es porque la voluntad rompe, corta, detiene, el proceso lógico y dialógico reflexivo de la inteligencia.

(Introduzco un paréntesis. Llano habla que todo conocimiento es dialógico, un diálogo entre personas, o consigo mismo. Me parece que la palabra dialógica puesta arriba tiene esa connotación, la inteligencia está reflexionando, está dialogando consigo mismo…)

Con esta explicación, queda a salvo la libertad de la voluntad, y por lo tanto del ser humano.

Como la volición -el querer de la voluntad- se refiere a realidades concretas, no hay nada que la pueda determinar (quitándole la libertad). Recuerda tener presente que estamos ante una decisión sobre dos realidades concretas muy parecidas, que no determinan a la voluntad a escoger, elegir, decidir por una. Y conviene no olvidar que la acción siempre es sobre algo concreto también.

De hecho, los bienes finitos no mueven por sí solos a la voluntad.

El acto de la decisión está basada sobre los bienes finitos, las realidades que miramos. Y esto puede provocar un proceso de deliberación ad infinitum («y más allá», cómo se dice ahora).

Y aquí descubro un nuevo matiz en el pensamiento de Llano. «Atrás de cada decisión concreta, lo que el hombre busca es un fin último que está siendo siempre querido, aunque no sea conscientemente, por donde los bienes finitos adquieren su valor al participar de él». Esta frase, de Jasper que Llano cita, abre horizontes de primera magnitud.

«Todos los fines relativos se nutren del fin último, sin llegar nunca a agotarlo». Gran afirmación, que es base para toda decisión al mismo tiempo que es afectada por toda decisión, como comentaré más adelante.

Claramente los valores que tiene una persona, y las virtudes, consecuencia práctica y concreta de esos valores, están íntimamente relacionados con el fin último que habla Jasper.

Y aquí encuentro una especie de «traslape» entre dos conceptos, que no dejan de ser distintos, pero que están tan unidos, que en la práctica vienen a ser uno solo. Y me refiero al acto de decidir (la toma de decisiones) y al acto libre (la actuación consciente de la persona).

De hecho, nos dice Llano que el «acto libre no sólo dimana de la persona, sino que es el fundamento de ella». Frase que, por lo demás, puede tener también consecuencias, no sólo en el ámbito de la toma de decisiones sino también en los ámbitos morales y éticos. 

«El acto libre es el acto auténtico del yo; aquel en que actúo definiéndome a mí mismo». Con esta frase damos un paso más adelante. Ya no sólo el fin último es lo que mueve a la persona a la decisión (acción) sino que además, cada decisión confirma (o rechaza) ese fin último. Por eso, «el acto de decidir (acto libre) define y redefine a la persona». La persona no es sus circunstancias, sino es por y para sus decisiones libres. Por eso existe aquella famosa frase, «vos sos las decisiones que has tomado».

Así, la persona puede ir en contra, en sus elecciones particulares, de su fin último que quiere poseer. E incluso, cambiar ese fin último, que lo hace cambiando la relación de las decisiones concretas con ese fin último. Pero lo ordinario será que haya una consistencia en quien elige que es, de alguna manera, ser fiel a uno mismo. «No hay decisión sin querer, ni querer sin ser». 

Por esto Jasper llega a decir que «en la decisión la persona y el acto de la decisión se hacen una sola realidad». Las decisiones no son sobre algo, sino sobre mí mismo, me reafirmo en mi ser, o contradigo a mi mismo ser. Decido sobre mí mismo, no sobre cosas; me involucro, como persona, en la decisión que he tomado. Por eso es más fácil ser asesor, consejero, coach, terapista, que ser la persona que toma las decisiones; los primeros participan, los segundos se involucran. (Como la gallina y el cerdo en los huevos con jamón; participa la gallina, se involucra el cerdo). 

Por lo tanto es lógico pensar que cuando decido toda la historia que tengo a mis espaldas influye en ella; mi yo pasado pesa en esa decisión. (Aquí se abre  una veta enorme de estudio sobre el Método del Caso que quizá algún día pueda profundizar en él). 

Las decisiones nos van configurando a cada uno. Sobre cada elección gravita toda la historia de la persona misma, y a ella, hay que ser fiel para que haya libertad.

Pues hasta aquí los matices que logré entrever de mi estudio de hoy… Quizá más bien lo escribí para descubrirlo yo mismo, pero confío en que pueda ayudar a otros a tener claro que no hay decisiones sin consecuencias -no sólo externas- sino, principalmente internas que nos va construyendo (o, lamentablemente, destruyendo) por dentro.

Feliz Semana Santa.

Por cierto, el libro de Carlos Llano que estoy estudiado se llama «Examen filosófico del acto de decisión».