No son cosas

En un lugar -inesperado para mi-, me topé con un letrero en inglés, que más o menos dice así: las cosas más  importantes en la vida, no son cosas.

Tiendo al “abrumamiento” cuando me topo con algo en demasía.

Por eso, sufro las multitudes, sufro los museos…

La sensación de ser “aplastado” por tantos mundos (cada persona) o por tanta belleza (en el caso de los museos ) me lleva a filtrar la información que recibo.

Y así me había pasado con ese letrero, que seguro había visto varias veces y ni siquiera lo había leído.

Por eso me dio mucho gusto descubrirlo, leerlo y “entenderlo” porque la lengua de Shakespeare siempre se me ha negado.

Mi hermanita -la más chiquita- me contó que había comprado esa inscripción en un baratillo en un viaje que había hecho desde El Salvador a Guatemala.

Y allí estaba ese rótulo, contemplándome, sin abrumarme… y allí está yo, admirando esas palabras, tratando de asimilar su sencilla y profunda enseñanza.

Inmediatamente me vinieron a la cabeza muchos ejemplos e ideas a considerarlas desde ese punto de vista.

Trataré de poner por escrito algunas de esas ideas.

Las cosas más importantes en la vida no son cosas.

La Navidad, las cosas y las cosas que no son cosas

Estos días que giran alrededor de la Navidad nos presenta precisamente las dos facetas de este letrero.

Primero porque es una época de obsequios, ya sea en la Navidad y/o en el día de Reyes.

Obsequios que, por su naturaleza sí son cosas.

Por otro lado, también en estas fechas se nos presentan oportunidades de descubrir que lo mejor de las cosas en la vida no son cosas, sino que son las personas.

Quizá este 2021 hemos tenido más oportunidad de ver, estar y abrazar a más personas que el año pasado.

La pandemia nos quitó la maravilla de las conversaciones cara a cara, de las visitas, de las tertulias, de los juegos de mesa, de las fiestas y de los abrazos.

Ahora, quizá, ya con dos o tres vacunas, nos hemos sentido más dispuestos a compartir más.

Navidad y Oxitocina

Marián Rojas, en su último libro, tiene un capítulo llamado “la hormona de los abrazos”, referida a la oxitocina.

Está claro que nuestra conducta no depende de las hormonas.

Es indudable que las tenemos y por lo tanto, las necesitamos y nos afectan en nuestro actuar.

Específicamente, la oxitocina parece que se genera con sensaciones altamente agradables.

Quizá esta es una de las tantas “magias” de la Navidad.

La Navidad nos da muchas sensaciones agradables, que no son cosas, sino que son personas.

Sensaciones además, que sobrepasan a las cosas y a las personas, para llegar a un nivel de fe y cariño sobrenatural, que nos llena de cosas más grandes que la oxitocina.

Al final del día

Hay una frase que no me gusta mucho, pero creo que puede ser aplicada ahora.

“Al final del día” las cosas se quedan, se pierden, se venden… incluso, a las personas tan amadas las hemos tenido que dejar físicamente atrás, aunque siguen estando en nuestro corazón.

Algún día seremos cada uno de nosotros quienes daremos ese último paso.

Por eso, las cosas más importantes en la vida no son cosas.

Las cosas nos atan, nos limitan.

Es impresionante cómo una persona (una familia) puede hacer lo indecible, vender su patrimonio incluso, para sacar adelante a una persona enferma.

Porque, de alguna manera, las cosas son reemplazables pero las personas no.

Gracias Cris

Entre el proceso de creación de este post, leí una preciosa y conmovedora nota, en una red social, de una exalumna de la Maestría en el IPADE, en la que rememoraba el doloroso recuerdo de la partida de su mamá.

Me conmovió Cris con ese recuerdo de hace 14 años.

«Me sigues haciendo falta» son las últimas palabras de este conmovedor relato.

Copio en la parte de abajo su enternecedor relato.

Paradojas de nuestro actuar

Lo más paradójico es que, aun sabiendo que las cosas más importantes en la vida no son cosas, seguimos buscando cosas con las que alegrarnos la vida.

Dan un pequeño toque de alegría.

Las que no son cosas, las personas, son la fuente de alegría.

También de sufrimiento, eso está claro.

Pero no puede haber alegría sin que el sufrimiento no esté de alguna manera incluido.

Perdón por estos párrafos tan inconexos que me ha salido ahora.

Les deseo a cada uno de mis queridos y benévolos lectores, muchas alegrías en el 2022, rodeados de muchas personas a las que podamos dar alegrías.

PS1. La foto es mía, así que disculparán la calidad de la misma… además, el letrero está en la parte superior de la pared y la foto la tomé a nivel de piso.

PS2. Mi hermanita, la Claudia o Yaya, siempre me había reclamado por no haberla incluido en ningún post… creo que ahora ya le he pagado esta deuda… Por cierto, mi linda hermana Claudia recibió este año el mejor regalo de Navidad que puede recibir una madre que tiene hijos fuera… le cayó, por sorpresa, su hija Cristina (la Titi) desde las «europas» el día 23… Se lanzó sin avisarles a sus papás (sólo a alguna tía) que llegaría a su natal El Salvador.

PS3. Relato publicado el 29 de diciembre de 2021 en el muro de Cris Fernández, a quien tuve el gusto de conocer y tratar en sus años de Maestría en el IPADE. Cris y su gemelo Fer estudiaron el Master de tiempo completo en el IPADE. Me animé a publicar su escrito en este post con el permiso implícito de Cris… que si me lo da explícito, quitaré este disclaimer

Hay momentos que cambian tu vida a tal grado que nada vuelve a ser igual.

En mi caso, ese momento fue un 29 de diciembre de 2007.

Veía el reloj del DVD y cada segundo se me hacía eterno hasta que a las 4 am sonó el teléfono para darme la peor noticia que he recibido hasta ahora: «Se nos murió. La mami se nos murió.»

Era la voz de mi papá que se quebraba al decir esas palabras. Corrí a abrazar a mi tía, quien ya había recibido la noticia.

Me dijo que me cambiara y nos fuimos al hospital.

A partir de ahí, todo se volvió como una película, algo que estaba viendo desde lejos pero que no me estaba pasando a mí.

Tuve esa sensación durante muchos días antes de que finalmente aceptara que esta era mi nueva realidad.

Una realidad que jamás imaginé, que jamás pensé vivir.

Hoy, a 14 años de distancia, la ausencia sigue ahí.

Uno se acostumbra a que la persona ya no está físicamente, pero nunca se deja de extrañar.

Desde ese día, mi vida ha cambiado mucho: me gradué de la carrera, hice una maestría que jamás pensé hacer, cumplí mi sueño de vivir en París y conocer Santa Sofía.

He viajado, conocido nuevos países, nuevas culturas, diferentes personas. He tomado buenas y malas decisiones.

Pero siempre ha habido una constante: el mejor equipo que la vida me pudo regalar. Un papá que siempre me ha apoyado y ha creído en mí y un hermano que ha sido mi cómplice desde hace ya mucho tiempo.

Una familia muégano: tíos, primos, sobrinos que me han acompañado en muchos momentos.

Amigos que se han vuelto familia.

No sé si la vida que he elegido es la que ella hubiera querido para mí, pero espero que esté orgullosa y que me siga cuidando desde lejos.

Hoy, a 14 años de distancia, me sigues haciendo falta.

PS4. Después de leer el post, Cris me autorizó a que siga publicado aquí su artículo