Aprender a Discurrir

Aprender a discurrir

Me encontré, en un libro que estoy leyendo, un texto: “Para decir cosas hay que tener argumentos. Para tener argumentos hay que leer, hay que situarse (…) y para ello hay que echar horas leyendo, discurriendo”. “Hay que aprender a discurrir” termina diciendo en otro momento en el mismo libro.

El verbo discurrir no es que sea muy usado en estas tierras. Así que aprovecho la App de la RAE para traer la definición. Entre las acepciones que tiene el diccionario sobre este verbo, me parece que la que más se aplica a efectos de este texto es la tercera, que dice “pensar o reflexionar sobre algo”.

Reflexionar sobre lo que no se sabe es bastante difícil y ordinariamente lleva a la inutilidad. Hay una anécdota que escuché hace años, y que más o menos va así. Un estudioso empezó a trabajar en cómo usa el mar para generar energía. Después de años de discurrir, al fin encontró la forma en sacar la energía al mar. Y entonces, pidió que lo llevaran a conocer el mar. Al llegar y ver aquella inmensidad se dio la vuelta comentando “este mar no me sirve”.

Así nos puede suceder a cada uno de nosotros si tratamos de discurrir sobre algún tema sin tener conocimiento, que proviene de “los codos”, por pasarse horas leyendo -apoyando los codos- y estudiando. Solo así es posible discurrir. Sólo así podemos aprender a discurrir.

Mientras escribía esto recordé una cosa que me dijo un conocido cuando empezaba la pandemia del COVID, y se hablaba ya de las posibles vacunas que se iban a hacer. Este amigo -porque no solo es conocido, sino amigo- me decía, pontificando “hacer una vacuna es muy fácil. Solo se le saca sangre a un infectado, se le saca el suero y eso se inyecta…”. Con la mayor delicadeza posible le traté de explicar que no era así de fácil el asunto, y creo que algo me entendió.

Bueno, pues así pasa.

Una de las materias que no me gustó cuando estudiaba secundaria fue la historia. Quien me iba a decir que luego sería una de mis aficiones. Y que me iba a interesar por las biografías de los personajes que iba escuchando cuando estudiaba matemática. En esa época no había la facilidad de hoy de encontrar en un santiamén los datos biográficos de los grandes matemáticos o físicos.

Y siguiendo el consejo de un buen amigo, he procurado leer biografías previo a leer la historia de una época. Al leer una biografía, ya “tenés un amigo” en aquel periodo por lo que te resultará más fácil meterte en los recovecos de aquella época en aquel lugar.

Esto viene a cuento porque muchas veces los seres humanos, los conglomerados, los países, el mundo, caemos en los mismos errores que han caído otras personas en siglos pasados. Casi, sencillamente, por no tener un conocimiento de la historia. O a veces no caemos en los errores pasados, sino que se nos ocurren “ideas geniales” que ya alguien ha probado y resultaron siendo cuestiones inútiles.

Por eso, conocer de historia es importante. Pienso que entre la formación que debe tener un gobernante (Presidente, Diputado, Senador, Alcalde, lo que sea) es historia; debe conocer a fondo la historia de su país (ciudad, etc.). Y saber qué cosas funcionaron y qué cosas no funcionaron. Así podemos aprender a discurrir.

En las empresas sucede de igual forma. Encontrar a alguien que lleva 30, 40 años trabajando en la empresa es una gran fuente de información para no probar cosas que ya se probaron antes. Obviamente a veces convendrá probar cosas que antes no funcionaron, porque las circunstancias siempre cambian; pero por lo menos uno sabe, por el conocimiento de otros, qué pasó en la ocasión anterior.

Cuando las empresas son familiares, el conocimiento del (los) fundador (es) es sumamente clave. En primer lugar, conocer su vida, sus dificultades, lo que hizo para sacar adelante la empresa, las razones para el éxito, etc. Pero sobre todo, para conocer el espíritu que le animó, que tendría que ser el espíritu que animará a la empresa en el futuro, con las adaptaciones y cambios que serán necesarios conforme va caminando el tiempo.

La otra faceta de las empresas familiares es el aspecto familiar. Para un familiar, es interesante conocer las figuras que han intervenido en la vida de la familia. Quizá la abuela no fue la fundadora de la empresa, pero forjó a su hijo para que fuera el emprendedor. Así que el conocimiento de la historia de la abuela es más que interesante.

Cada persona es un mundo. Y eso es cierto. Cada uno tenemos mil historias, anécdotas, recuerdos, vivencias, que sería imposible poner por escrito por lo abundante que son. Cuando nos remontamos en el tiempo, vemos desdibujadas aquellas figuras que nos antecedieron (que no estaríamos aquí si ellos no hubieran existido). Pero cada uno de nuestros papás, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, trastarabuelos, etc., tuvieron su historia más o menos dura, rodeada de rebeldía o sumisión, de alegrías, tristezas, preocupaciones, afanes, ilusiones… Y por eso es muy bonito tratar de conocer.

Una persona muy querida por mí me comentaba, hace pocos días, la ilusión que tiene por conocer no sólo las empresas de su familia, sino también conocer lo más posible la vida de sus ancestros. Quizá le será difícil remontarse muy arriba en su árbol genealógico. Pero sí le será posible buscar pequeñas anécdotas que los mayores todavía tienen en su acervo.

Pretende poner por escrito esas historias, para transmitirlas a las siguientes generaciones. Eso me gusta mucho a mí, el “sentido histórico” que muchas personas han tenido, conscientes de que están haciendo historia, a pesar de que en ese momento no lo hubiera parecido.

No quiero terminar sin recalcar la necesidad aprender a discurrir, para lo que es necesario conocer. Y ojalá te animés a conocer la historia a fondo de tu país. Trata de descubrir lo más que puedas de la vida de tus ancestros… y déjala escrita para que tus descendientes la encuentren fácilmente.