Agosto 1970-1996-2016



Por estas fechas, en agosto de 1970 hice mi primer viaje a México, aprovechando las vacaciones de agosto en El Salvador. Fue un viaje por tierra, en familia, con mis papás y mis seis hermanos. Salimos desde San Salvador en el «microbús» familiar, una Combi que tenía poco tiempo de haberla comprado mi papá. El plan original era llegar sólo hasta Veracruz, aunque seguro mi papá tenía previsto alargar el camino hasta el Distrito Federal, pues le pidió a mi mamá que le pusiera un traje completo en su equipaje. (Añado que mi hermana pequeña sólo estaba en los planes de Dios, pues nació unos pocos años después de este viaje).

El viaje tuvo sus peripecias, de las que recuerdo pocas, porque tenía sólo 5 añitos. Entre las cosas que recuerdo es tratar de dormir con el calor de Veracruz en un Hotel del centro de esa ciudad (que me pareció recordar cuando lo vi hace unos 6 ó 7 años): los ventiladores del techo estaban a todo dar y aun así había mucho calor; también allí a mis hermanos les vendieron unos hot dogs con un «chile que está hecho para niños»… pero al vendedor se le olvidó decir que estaba hecho para niños mexicanos, porque mis tres hermanos varones se pegaron una enchilada a todo dar.

Cuando llegamos al DF y no contar todavía con Waze, nos perdimos. La falta de práctica de mi papá de manejar en una ciudad como México hizo que el tráfico lo llevara a un lado y a otro hasta que al fin desistió y paramos en una taquería desde donde hizo la llamada a mi tío Carlos Narváez (quien posteriormente fue mi padrino de Confirmación) para que nos fuera a auxiliar.  Mientras llegaba mi tío-padrino no tuvimos «más remedio» que comer tacos; estábamos a medio comer los deliciosos tacos, cuando uno de mis hermanos, Luis Carlos, tuvo a bien devolver lo que había comido. La sorpresa mayúscula fue cuando al día siguiente lo vieron mis papás: estaba completamente amarillo; se le había manifestado hepatitis; así que ese primer día mi papá se la pasó comprando el boleto en avión para enviarlo con mi abuela materna; no recuerdo si fue ese día o al siguiente cuando mi hermano, todo envuelto (abrigo, guantes, bufanda, sombrero) tomó un vuelo para San Salvador desde México; debió haber sido una gran sorpresa para los que recibieron el avión en el aeropuerto de Ilopango de El Salvador, ver bajar a un joven de 14 años, envuelto en un abrigo y bufanda en los refrescantes 30’s grados con que lo habrá acogido su tierra natal.

Pocas cosas más recuerdo de mi primera estancia en la Ciudad de los Palacios.


 Nos trasladamos a agosto de 1996 (26 años después).

Recibimos invitación de parte del IPADE de asistir a la reunión de profesores del Instituto. El Director General de Tayasal Escuela de Negocios y yo viajamos a México desde Guatemala aprovechando esta oportunidad. De este segundo viaje sí guardo muchísimos recuerdos, que la verdad no vienen tanto al caso. Quizá lo único fue que el primer almuerzo (comida) en el IPADE, el menú consistía en camarones empanizados. Puse cara de jugador de poker, pero por dentro me deshacía de vergüenza al no poder comerlos. Unos instantes después descubrí que en el IPADE todo lo tenían bien planeado, y nos ofrecieron el menú alternativo… inspiré profundamente.


Damos otro brinco en el tiempo: ahora a este mes, agosto de 2016 (20 años después del anterior y 46 años de 1970).

El martes 2 de agosto inició la Reunión del Claustro Anual de Profesores y Directivos del IPADE. Desde el punto de vista temporal, era exactamente 20 años después del primero al que había asistido como invitado; no era el vigésimo primero para mí, porque no había asistido a algunos claustros intermedios. Desde otro punto de vista, era el primero con todas las de la ley.

Llegué a la comida del martes, con mis colegas del área de Finanzas. A los pocos minutos, llega el mesero y nos ofrece el menú… correcto, un «déjá vu«: «camarones empanizados». (Los francoparlantes disculparán por el acento ortográfico o tilde de la «a» que se supone es con el acento al revés, que no pude hacer en la compu).

Pero bueno, eso queda a nivel de anécdota coincidente 20 años después.

El Claustro de Profesores de este año versó sobre «el trabajo», tema alrededor del cual giraron las conferencias y las mesas de trabajo. No mencionaré aquí la parte sustantiva de estos 4 días de formación, porque espero dedicar un post sólo a eso.

Nada más quería comentar las cosas especiales que pasaron en estos días.

El Director General del IPADE (Rafael Gómez Nava), cuando nos dio la bienvenida e hizo la  introducción al claustro nos recordó que era el claustro previo a los 50 años de nuestra Institución; a pocos meses, en marzo, estaremos cumpliendo los primeros 50 años desde que, en Cuernavaca, Carlos Rossell dio la primera sesión del Instituto. Las celebraciones ya están montadas para el próximo año: además se sigue trabajando en los 50 casos que se prepararán especialmente para conmemorar esta efemérides; también se trabaja en un documento histórico sobre el Instituto, que según me enteré, se ha encontrado una gran cantidad de información como en ningún otro lado se había topado la empresa que está desarrollando este material; en fin, hay muchas celebraciones.

Todavía estaban frescas las palabras de Rafa y mientras se presentaba al primer conferencista se oyó un golpe raro en el frente; rápidamente volteo a ver y, medio oculto por el podio, estaba un buen compañero de trabajo tirado en la alfombra con una cara de susto-vergüenza como para fotografía; más tarde, cuando le pregunté, me dijo que dio el pasó a un lado de su asiento, y cuando sintió estaba tirado en el piso. En fin, pobre que pasó esta situación.

El último día tuvimos una conferencia con Felipe Mario González y González, profesor de Entorno Político y Social el IPADE desde hace 40 años (si no me equivoco). La costumbre indica que cuando un profesor se jubila, se le hace un  homenaje para agradecerle los años de trabajo y servicio a la  institución y a sus alumnos. Felipe, le había dicho a Rafa que no quería que le hicieran ese homenaje, y que no estaría en el Claustro, pues tenía que viajar; pero luego, él mismo tuvo la iniciativa de proponer para el Claustro el tema que tuvo que desarrollar. Durante esa sesión, cerca del final se despidió de todos, agradeciendo estos años en la Escuela. La conferencia terminó con un video musical muy simpático (que no pude rastrear mientras escribía esto). Obvio que cuando el video terminó unos minutos después, Felipe ya no estaba: pues había desaparecido para que no nos despidiéramos de él. Gracias Felipe por estos años.

(Una de mis primeras lectoras, y recientemente incorporada al IPADE, tuvo a bien conseguirme el link del video que nos pasó Felipe; te lo dejo aquí, porque está muy bueno: https://l.facebook.com/l.php?u=https%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3DXqLTe8h0-jo%26list%3DRDXqLTe8h0-jo&h=lAQHN4lpG 

En el discurso final, Rafa reconoció a los nuevos doctores (Jorge Llaguno y Víctor Torres) y al nuevo profesor titular (Antonio Sancho).

Hubo una actividad cultural con cónyuges en el Museo San Carlos y un brindis final.

Hay cosas que en el IPADE parecen de lo más natural porque funciona siempre bien. Pero, durante el claustro, esas cosas funcionan excelentemente bien. Y me refiero a todos los servicios de cocina y atención durante las comidas. Los chefs y los meseros son una maravilla. A los chefs los conozco poco; de los meseros hay muchas historias y muy simpáticas de grandes hombres que pasan desapercibidos pero que prestan un servicio de primera y contribuyen a que el IPADE sea la escuela con el prestigio que tiene.

En fin, me detengo aquí.

Cuando en 1996  conocí el IPADE, jamás me imaginé (ni por donde podría pasar) que 20 años más tarde, durante el Claustro iba a llevar sobre mis espaldas ya 2,000 clases en esta magna institución. 

Cómo para darle muchas gracias a Dios, ¿verdad?