Un pacto conmigo mismo: «no ser llamarada de tusa»

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De mi último post recibí un comentario que más o menos decía así: “muy bueno, me gustó mucho. Aunque es muy descriptivo y yo prefiero los reflexivos”. Pues ahora trato de cumplir el deseo de este lector.

Una decisión se determina cuando la voluntad da el sí a lo que la inteligencia le presenta. Este proceso, complejo en el ser humano, lo usamos todos los días. Aunque no todos los días tomamos decisiones difíciles e importantes, todos los días sí decidimos muchas veces. Como es costumbre, aquí me referiré a decisiones difíciles e importantes, llamadas a veces por Carlos Llano (de quien tomo estas ideas) como “Decisiones Decisivas”.

La deliberación de la inteligencia llega a su término cuando la voluntad asiente, escoge, decide. Esa elección de la voluntad marca un determinado rumbo de acción. Porque, recordémoslo, toda decisión es sobre “alguien o algo”, e influiremos decisivamente en ese “alguien o algo”.

Como también ya se sabe por experiencia, la decisión versa sobre lo opinable y no sobre lo seguro. Nadie decide sobre lo que ya sabe con certeza, sino que decidimos sobre aquello que nos termina “gustando” más, que a fin de cuentas es algo opinable.

Dice Llano que la decisión es un acto humano que suple la deficiencia de nuestro entendimiento: el acto de la voluntad sustituye la “incertidumbre” en la que el entendimiento se encuentra.

La habilidad de tomar decisiones se desarrolla tomando decisiones. Y tomar decisiones exige tomar riesgos, correr incertidumbres, estar dispuesto a equivocarse y escoger inadecuadamente, y un largo etcétera.

Además, tomar decisiones implica tratar de acertar en la decisión. Esto creo es una verdad de Perogrullo, ya que nadie –en su sano juicio- decide para desacertar. Al decidir, quiero conseguir lo que decido, por lo que no tendría sentido una decisión para desacertar. (A propósito no profundizo más en el acierto de la decisión, ya que no es el tema que quiero tratar).

Hay también otra característica que debe tener toda decisión: debe ser firme. Esta característica de toda decisión –ser firme- es de las más difíciles de “entender” y de “vivir”.

¿Por qué digo que la firmeza en la decisión es difícil de entender? Por la sencilla razón de que la decisión es algo subjetivo y opinable; así que, ser firme en la elección de algo opinable puede rayar en el cerrilismo, empecinamiento, obstinación, un cerrar oídos a tratos y razonamientos. Además, el objeto de la elección es efímero y contigente.

Pero a fin de cuentas no importa si nos es difícil entender la firmeza en la decisión. 


Mil veces más difícil es ser firme en la decisión.  Y en esto todos tenemos experiencia. Una vez tomada la decisión (que cuesta “un buen”, como dicen en México), viene todavía lo más difícil que es ponerla en práctica, un día y otro hasta alcanzar la meta. Que si esta meta es grande (magnánima), entonces la implementación de la decisión ha de ser a largo plazo; por eso necesitamos firmeza en la decisión: para llegar a conseguirla.

“Una decisión que está dispuesta a continuarse por medio de la ejecución de la acción  decidida, a pesar de los obstáculos”, esto es la decisión.

De entrada, cuando empezamos a ejecutar una decisión, nos topamos con obstáculos. Si, como dijimos antes, la decisión es magnánima, entonces los obstáculos serán también proporcionales. Si titubeo (no soy firme) ante las dificultades, no podré alcanzar ninguna meta grande.

La decisión si acrisola en la implementación. Muchas veces decidimos y no hacemos. Realmente en este caso no decidimos, nos estamos mintiendo. Pienso que es mejor “tomar la decisión de no decidir” a “decidir sin implementar lo decidido”.

Así pues, la ejecución de la decisión es una “decisión continuada”. Un alargar ese acto de la voluntad por el que nos inclinamos sobre una alternativa. Como dirían los hispanos “a por ella”, a conseguir lo que hemos visto.

Entonces, decidimos continuadamente al implementar lo decidido. Y también, junto con ella nos vienen las dificultades. Costará alcanzar esa meta, será arduo el camino, difícil. Y alcanzar lo difícil requiere de constancia.

Sin ningún ánimo estadístico, podría decir que la mayoría de las veces no conseguimos lo que nos proponemos por inconstancia. “Llamarada de tusa” se dice en el lenguaje popular de algunos países de Centroamérica; la hoja que envuelve el maíz (la tusa) se quema maravillosamente rápido… y se acabó. Otro dicho popular que puede usarse con relación a esto es “escoba nueva barre siempre bien”; decidimos, implementamos con gran ilusión, maravillosamente, y luego, después de unos días, meses o años de esfuerzo, decaemos por alguna excusa racionalmente pensada. Llano dice que la inconstancia es “un falso sí a la meta”, es una “falta de firmeza en la decisión”.

Comenzar sin terminar no tiene chiste.  Y la firmeza en la decisión va a eso. Es como si hiciera un pacto “conmigo mismo”. Es mi capacidad de compromiso para alcanzar lo vislumbrado y escogido. Lograré una decisión firme si consigo hacer conciencia del pacto conmigo para alcanzarlo.

El pacto está en el fondo de la decisión: decido la meta a alcanzar y adquiero el compromiso que alcanzarlo implica y exige. Ir “a por ella” aun sabiendo que esa decisión ha versado sobre lo particular, subjetivo y contingente.

Vamos… que si me exijo una meta magnánima es porque tengo afán de logro. Y el afán de logro exige este pacto, para conseguir la meta, porque siempre es a largo plazo. Si no, seremos como esa “llamarada de tusa” que quema violentamente, pero que no es útil para cocinar a fuego lento una deliciosa comida.

Así, la decisión se vuelve un pacto para alcanzar la meta propuesta, evitando todo lo que perturba este alcance. El decidir es una descarga de energías para realizar la acción; de aquí la emoción que todos tenemos cuando iniciamos una acción… pero también la decisión es una contención de energías para no desviarnos de la meta propuesta. Es un pacto de energía y movimiento; y al mismo tiempo es un pacto de renuncias, contenerme de lo no decidido.

El pacto lo establezco conmigo mismo, con mi propio yo. El bien exterior escogido no lo impulsa. Yo me exijo a mí mismo, mediante el compromiso adquirido. Un pacto con el afán de logro personal.

Y no podemos dejar de decir que para cumplir el pacto hace falta trabajar mucho y bien. Un trabajo sistemático y organizado.

Espero que estas largas reflexiones puedan serte útiles.