Los puntos de Lagrange y mi ignorancia

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Todavía recuerdo la primera vez que “me conecté” al Internet. Bueno, realmente no me conecté yo, sino un amigo, para enseñarme. Usaba un modem que llamaba por la línea telefónica, con aquel clásico ruido, que tantos recuerdo trae. Todavía puedo ver en mi memoria la pantalla en blanco y a mi amigo “preguntarle una cosa al Internet”, y luego de unos segundos, obtener una respuesta.
Para todos, ahora, es muy fácil averiguar cualquier cosa. Ya hasta usamos el verbo “googolear” para buscar algo o  a alguien de quien sabemos pocas cosas.
Es impresionante cómo en pocos minutos te puedes hacer una idea sobre algo. Hago memoria de las cosas que he buscado recientemente en la red, y que de alguna manera me ha sacado de la ignorancia… pongo algunas cosas de las que recuerdo: cómo funcionan los carros híbridos; cómo es la bandera de Chile (el hijo de un amigo, niño pequeño respondió correctamente ante la pregunta de qué país era esa bandera…); dónde queda Montana, pues estaba viendo una película en la que salía mencionado este Estado; los puntos de Lagrange (maravilloso y educativo descubrimiento); resultados de las Grandes Ligas de Beisbol de USA; los big four cuatro barcos grandes de inicios del siglo XX, de la misma empresa que construyó el Titanic unos años después; y un largo etcétera.
Interesante cómo puede uno conocer diversas cosas fácil y rápidamente. Creo que vale la pena poner un ejemplo que me pasó recientemente. Un colega muy estimado publicó en su muro de Facebook una foto de los tres huracanes que coincidieron en el Atlántico. Decía que la foto estaba tomada a 1.5 millones de kilómetros de la tierra. La distancia me pareció absurda, pues tenía en la mente los aproximadamente 300 mil kilómetros de distancia a la que está la luna. Y según mi seguro, real e inobjetable conocimiento, los satélites artificiales más alejados de la tierra estaban a 36 mil kilómetros. Así que le puse al buen y querido Jorge un comentario irónico rozando el sarcasmo, dejando claro que no podía existir un satélite a tal distancia de la tierra. Mi conocimiento cierto había prevalecido sobre la fake newsque mi colega había puesto.
Uno o dos días después, veo un comentario a mi irónico comentario. Un amigo de Jorge, llamado Carlos exponía que no era un error, que existe un satélite que orbita en el punto de Lagrange… No me tomé selfie de mi cara de what que debo haber puesto. Por mi formación matemática, había leído sobre el gran italo-francés José Luis Lagrange (castellanicé sus dos nombres), y había estudiado algunos de sus “inventos-descubrimientos” en matemática. Pero no tenía ni idea de los cinco puntos de Lagrange.
Acudí a mi fuente de conocimiento en Internet para darle una rápida búsqueda, y efectivamente allí aparecían los cinco puntos de Lagrange. El breve y superficial acercamiento a ese conocimiento desconocido me fue suficiente para borrar mi irónico comentario y pedir disculpas por haberlo puesto, reconociendo mi error o mi ignorancia.
Ahora viene lo más interesante. El análisis de la situación que se me presentó. Creo que tiene además, varios matices, que enuncio y que luego regresaré por ellos:
1.       El sesgo de sobreconfianza del conocimiento.
2.       La facilidad de búsqueda de información y la posible información errónea.
3.       La superficialidad del conocimiento que adquirí.
4.       La facilidad en la que puedo caer de hablar con seguridad sobre un tema del que no soy experto.
Lo primero es que confiamos muchísimo en lo que sabemos. O en lo que aparentemente sabemos. Con frecuencia nos damos cuenta de que lo que aparentemente sabemos tampoco es exacto, o bien, descubrimos que no tenemos todos los matices y las circunstancias. La verdad es que nadie aprende solo. Mi maestro decía que “todo conocimiento es dialógico”, todo conocimiento proviene del diálogo con otros (a veces conmigo mismo).
Vale la pena decir que nosotros confiamos en el conocimiento de los demás, que nos han ayudado a trabajar. Esta confianza muchas veces es  implícita.
Pongo un ejemplo reciente sobre esto último. Hace unos meses se rompió la tecla ESC de la notebook. Me quedé, durante un buen rato presionando una pequeña pieza blanca sobre la que está apoyada la tecla. A las pocas semanas me había acostumbrado a presionar ese botoncito en lugar de la tecla. Los de TI me dijeron que querían arreglarme eso, y que para hacerlo había que cambiar el teclado. Por supuesto que para mí era absurdo eso: ¿cómo cambiar todo el teclado, por sólo una tecla? Bastaría ponerle la tecla y ya. Después de aclararme que no era posible, y que la garantía y demás, pues acepté. Múltiples peripecias tuvieron que pasar para lograr que el técnico pudiera hacer el cambio de teclado. Estuve enfrente cuando se hacía el procedimiento, que según yo era de dos minutos y ya. Pues resultó que fue  más largo, hubo que quitar como 10 tornillos, quitar unas partes de la computadora (que no tengo ni idea de qué eran), y al final, colocar el teclado después de poner dos conectores para que funcionara. Mientras tanto, la encargada de TI que me atendía me soltaba una retahíla de información técnica sobre la computadora. Al terminar me quedé abrumado, porque no sé nada de computadoras, más que usarla un poco… ahora reflexiono que he confiado en el conocimiento de mucha otra gente para poder manejar un poco la compu. Realmente no hace falta saber toda la parte técnica para poder escribir en Word o hacer un Excel. Pero sí que he confiado en lo que otros saben y saben bien.
Historias de estas, en las que confío en exceso de mi conocimiento tengo muchas. A veces con saber un poco pienso que sé mucho. Nos autoengañamos pensando que sabemos más de lo que en realidad sabemos, somos ignorantes sin saber que lo somos. Y el otro autoengaño es la falsa idea de que nuestro conocimiento tiene un carácter individual, solipsista, cuando, en realidad, gran parte del conocimiento se sostiene por la división de tareas cognitivas y se basa en una confianza y mediación comunitaria.
Fundamos ideas y opiniones con poca información, dándole esquinazo al pensar. Tampoco una persona puede profundizar en todo lo que  hace, piensa u opina. Pero tenemos que tener claro que con la poca información que tenemos sobre muchos temas, lo más lógico es que seamos fácilmente influenciables y que cambiemos de opinión ante información contraria o distinta a la que teníamos.
La segunda idea que quería comentar era la facilidad de la búsqueda de la información, cosa de la que ya he hablado. Pero ahora me remito al posible “encuentro” de información sesgada. Los algoritmos que ayudan a la búsqueda de la información pueden desviarnos de información correcta y adecuada, omitiendo mucha información necesaria para formar un juicio ecuánime. Rebotando estas ideas recientemente con una persona a quien estimo y respeto mucho, me decía que entrar a una búsqueda de información nos abre la puerta a información falsa o sesgada, como decía arriba.
La tercera idea a comentar era la superficialidad del conocimiento que adquirí. En cuanto comprobé que existían los puntos de Lagrange, me hice una idea sobre los mismos. Y ahí me quedé. Hasta hoy que empecé a reflexionar sobre estos temas, caí en la cuenta de que mi conocimiento había sido “rascuache”. Así que hoy le di una leída a fondo al artículo. Ahora mi conocimiento es un poquito menos rascuache, pero no deja de ser un conocimiento superficial, limitado a mis conocimientos de física y astronomía (un poco o un mucho oxidados). Para mi trabajo no necesito profundizar más en el tema de los puntos L; con la idea que tengo me basta, pero estoy consciente de que es una idea superficial.
El último  punto proviene de la facilidad con la que podemos pontificar sobre temas de los que conocemos relativamente poco. Esto es consecuencia de la sobre estimación de nuestros conocimientos. Por eso es maravilloso el diálogo, ese conocimiento que se transmite por conversar con otras personas que te pueden ayudar, orientar, abrir horizontes.
Esto requiere humildad para saber rectificar y dar marcha atrás cuando descubres que tu “infalible opinión” lo único que tiene es que es “falible”. Hace un tiempo me pasó una cosa de este estilo. Hablaba yo con infalibilidad sobre cómo tomar un ron delicioso que hacen en Guatemala. La persona con la que hablaba siempre ha sido de mi admiración, pero “obvio” yo sabía más que ella sobre el Ron Zacapa. Y le pontificaba que tenía que tomarse sin mezcla de nada, incluso sin hielo. Carlos (un segundo Carlos en este post), se estaba sirviendo precisamente uno de esos rones y le había pedido al mesero un hielo. Mi indignación no llegó al extremo de decirle que lo estaba haciendo mal. Menos mal que no cometí ese error. Al poco tiempo, con la mansedumbre ejemplar de Carlos, me explicó –él sí, con conocimiento de causa- que los licores que se toman sin mezclar, se le ha de poner un hielo para que se rompa la tensión superficial y empiece a salir el olor y por lo tanto el sabor (espero haberlo dicho bien… si lo dije mal, es porque le entendí mal a Carlos).
Por supuesto que Carlos tenía razón y que yo estaba manifestando mi ignorancia en un tema en el que él es experto. Los bonos de Carlos en mi respeto y cariño crecieron, porque no me echó en cara mi ignorancia, sino que procedió a formarme delicadamente.
El tema da para más. Pero aquí lo dejo y espero pronto retomar este tema. Mil gracias por haber llegado hasta aquí leyendo.
Post Scriptum 1.Como quizá no sepas lo que es Solipsismo, te lo defino: forma radical de subjetivismo según la cual sólo existe o sólo puede ser conocido el propio yo.
Post Scriptum 2 Debo algunas ideas de este post a un artículo titulado “El declive de los expertos” de José María Garrido Bermúdez. Me atreví a copiar textualmente algunas frases.
Post Scriptum 3.Uno de mis asesores me recomendó no usar Post Scriptum; casi siempre le hago caso, pero hoy no le hice caso. Perdón Andrés.