Pararse a pensar II


Como me sucede con alguna frecuencia, empiezo a escribir algo pensando en una cosa, y por elucubraciones posteriores, termino en otro lado.

Así me ocurrió con el artículo previo a este… empecé con una cosa, y por un pequeño desliz, terminé hablando de una cosa que no había previsto. Creo que salió bien, y se conseguía el objetivo que me había propuesto: pararse a pensar. Vale la pena….

Comenté en la vez anterior también que tuve -quizá sigo teniendo- alma de árbitro. Antes hablé de mi más famoso arbitraje de BKB; ahora quiero hace memoria de una actividad que durante unos 4 ó 5 años nos entretenía a muchos universitarios hace unos «poquitos» años.

Vivía en la Residencia Universitaria Ciudad Vieja en Guatemala, mientras trataba de finalizar mis estudios de Matemática (para luego abandonarla rápidamente -gulp-). Un día se nos ocurrió reactivar un juego de esos de interiores, que habían preparado 15 años antes. El juego consistía más o menos en lo siguiente: se tenían 9 temas, 9 temas en el clásico juego de llenar de X y Ceros (X0 en salvadoreño, Gato en mexicano, Totito en guatemalteco). El juez (en este caso, su «jumilde» servidor) preguntaba al interfecto qué casilla quería escoger: el número dependía de la casilla que quería llenarse para ganar o evitar perder en el X0… La cosa es que yo tenía un repertorio de muchas preguntas que habían hecho -como ya quedó dicho- unos universitarios unos años antes. Sólo yo las había leído todas, eliminado algunas, añadido otras pocas… era el juez absoluto, que además, era necesario para evitar que algún jugador tomara ventaja de haberlas leído antes… Había encontrado un timmer viejo y grande (nada de digital, todo analógico) para que se viera el tiempo que tenía el jugador que pasaba al frente. Si al hacer la pregunta, contestaba, entonces, se llenaba la casilla; si fallaba, cubría el equipo, que tenía unos pocos segundos más; si el equipo no cubría, pasaba al otro equipo, que podía ganar la casilla que sus contrarios habían escogido.

Sobra decir que el juego era más que esperado cada año…. la expectación o expectativa (no sé qué palabra iría mejor aquí) era tremenda… se anunciaba con bastante anticipación, para que algunos no salieran el sábado a ningún lado para jugar… así de emocionante se presentaba. La anécdota más simpática de estos momentos de expectación me pasó con el famoso Tono Tubo, que muy seriamente me dijo: «Duarte, me voy este fin de semana a mi pueblo -es de Huehuetenango-; así que por favor, no se te vaya a ocurrir jugar el ‘totito cultura’ este sábado, ¡qué te mato!». Por supuesto que me dio pie a molestarlo todo el tiempo que transcurrió para el juego… pero efectivamente no jugamos ese fin de semana, sino algún otro en el cual pudo participar activamente….

Cuando se jugaba poníamos las reglas claramente: había que hacer silencio mientras el pobre joven pasaba al frente (algunos sufrían más de lo debido)… pero la algarabía de escuchar al juez decir «Correcto» era de tal magnitud que hasta el serio juez esbozaba una sonrisa (hay que decir, que el juez había de ser imparcial, y creo que casi siempre lo fui… a falta de una que otra ayudadita a algún equipo que iba muy mal…).

La situación a la que se enfrentaban cada universitario era pasar en frente de unos 100 amigos, sentarse en una silla, escoger el tema que le daría victoria a su equipo, escuchar la pregunta…y ¡quedarse con la mente en blanco!, tal era la presión a la que se enfrentaban… la verdad es que lo pasábamos espectacular, padrísimo como dirían en México; una vez al año. La verdad que ahí no había mucho tiempo para «pararse a pensar».

Aunque para algunos la concentración les ayudaba y realmente se «paraban a pensar» antes de decir la respuesta, fuera esta equivocada o acertada.

Pero la anécdota que quería contar fue una vez que casi casi pierdo el control de la situación por un error -ignorancia mía diría- de pronunciación. Todavía recuerdo quién fue el que pasó al frente. Estábamos ya cerca de que un grupo ganara el concurso. Pasó este joven, de quien sólo recuerdo su apodo, pero su apellido era Hernández… salvadoreño estudiando en Guatemala. La pregunta me parece que estaba clasificada en arte, cosa por demás difícil. Pero la pregunta hacía referencia al autor de la estatua que está arriba de estas líneas, el famoso pensador. Mi amigo Hernández soltó rápidamente un «Rodán» (yo tenía apuntado «Rodín» en la respuesta a mi pregunta) y dije que no era correcto, pasó a su equipo que no le atinó y sí lo hizo el equipo contrario con un «Rodín», y ganaron el Totito.

En ese instante se armó la de San Quintín. Bueno, no fue exactamente de esa magnitud, pero sí costó un poco calmar las aguas. No recuerdo exactamente cómo fue resuelto el entuerto, pero sí fue posible, y todos quedamos tan amigo como antes…

El Pensador. Pararse a pensar. Rodín o «Rodán». Qué sé yo. Lo que puede ayudarnos es pensar las cosas, y ese pensar las cosas es pararse a pensar.

Otro día nos vemos.