Pararse a pensar I


No recuerdo si alguna vez he comentado en estos post que de alguna manera tengo alma de árbitro. Desde pequeño me gustó decidir las acciones de otros en deportes o juegos. Quizá demasiado juicioso y con alma muy germana también, curiosamente apegado sobremanera a las reglas.

Recuerdo una ocasión en que arbitraba un «exótico» partido de basketball (BKB) en el gimnasio de mi colegio. Era un partido exótico, porque jugaba -a puerta cerrada- el equipo juvenil de mi colegio -exclusivo de hombres- contra el equipo mayor de un colegio de mujeres . Esto se debía a que el entrenador era el mismo para ambos equipos, y la juvenil del colegio de hombre -el glorioso Liceo Salvadoreño- servía de «sparring» para la menos fuerte -físicamente- mayor del colegio Betania de chicas en El Salvador; sobra decir que el partido era amistoso y sin público. Además la juvenil que jugaba en esa ocasión, eran casi todos compañeros míos de curso y lo habían sido además unos años antes en las categorías más pequeñas de este deporte (tuve a bien jugar dos años en la categoría infantil de BKB de mi colegio. Quizá algún día escriba sobre esto).

La cosa es que en este exótico y familiar partido de BKB sucedió una cosa que seguramente no tienen previstos los reglamentos, pero que la prudencia indica una rápida acción. Como decía un amigo: «para ser prudente es necesario ser imprudente». Así que la prudencia es la virtud de la edad, que sólo se consigue con la edad (abajo amplío unos puntos sobre esto). En el momento que dirigía ese partido no contaba yo con más años que los 14 que habré tenido en aquel glorioso 1979 (si no me equivoco). 

En cuestión de uno o dos segundo pasó lo siguiente: la pelota quedó rebotando cerca del centro del campo. De diferentes y opuestas posiciones se dirigieron hacia el balón dos compañeros míos (Juan Carlos Rivas y Guillermo Faggioli; espero no haber confundido a los protagonistas). Guillermo se acercó a la pelota agachándose para recogerla; en cambio Juan Carlos de alguna manera se aproximó deslizándose. Guillermo tomó la pelota con sus manos con la cabeza agachada; en el mismo instante los zapatos de Juan Carlos frenaron de improviso. Un instante después la rodilla derecha de Juan Carlos se estrellaba sobre la quijada de Guillermo. 

Los dos quedaron tirados a causa del golpe en la duela del gimnasio; la pelota quedó rebotando y el árbitro no supo qué hacer. Raudo, Rolando el entrenador entró a auxiliar a los dos caídos; y por supuesto allí terminó el partido. El resultado no fue nada alentador para el bueno de Guillermo, que tuvo rotura de quijada y se pasó un buen tiempo con la mandíbula inmóvil, comiendo sólo compotas y todo licuado.

Después de esta larga anécdota me quiero referir a la frase que intitula este post. Las decisiones van cambiando con el tiempo y la experiencia. La prudencia nos va ayudando a sopesar las cosas para juzgarlas más objetivamente. Vivimos en un mundo de la inmediatez, donde a las personas nos gusta estar enterado de todo lo que pasa «ya» y que decidamos en consecuencia. Y hay muchas decisiones para las que no es posible actuar así. De esta manera debí haber actuado ante el choque fortuito de mis compañeros y buenos amigos: rápido detener el partido para que sean atendidos. El desconcierto me lo impidió.

Pero no todas las decisiones tienen que tomarse así. Hay que pensarlas; y en ocasiones pensarlas detenidamente. Hace poco un profesor -excelentísimo- citaba al filósofo español Polo que decía que «Pensar es pararse a pensar», es detener el tiempo para pensar con claridad, que nos puede ayudar a pensar.

Continuará.

(Por cierto, la foto no tiene nada que ver con Juan Carlos ni Guillermo…)
Adendum de la prudencia.
Bueno, parece que la prudencia sobrenatural -como todo don de Dios- no requiere necesariamente edad sino docilidad, como el famoso Rey Salomón que pide para sí sabiduría (prudencia) para juzgar con rectitud a este gran pueblo.. Está la famosa frase super senes intelexi, quia mandata quaesivi todo un ejemplo de prudencia que sobre los viejos se entiende por el cumplimiento de los mandatos de Dios; no sigo por este camino, para evitar caer en algún error teológico…