Historia de mi Pasaporte salvadoreño



«Soy salvadoreño residente en Guatemala; también tengo la nacionalidad guatemalteca, pues llevo más de 30 años viviendo estas tierras. Visito con frecuencia El Salvador, ya sea para disfrutar sus lindas playas del occidente (lamentablemente no alcanzo a llegar a las preciosísimas playas del oriente), para pasar agradables momentos en los frescos y tranquilos pueblitos de Apaneca y Ataco, o para asistir a reuniones de trabajo en San Salvador.

Recientemente, el jueves 14 de marzo tuve que hacer un trámite que muchos hacemos con poca frecuencia: renovar el pasaporte. Todavía no vencía, pues me faltaban como 8 meses para que esto sucediera. Pero por cuestiones profesionales tengo que viajar mucho, y con los «delicados y esbeltos» sellos que usamos en Guatemala cada dos viajes se llena una página. La cuestión es que me quedaban ya pocas páginas, y aprovechando uno de esos viajes para negocios decidí hacer mi breve trámite para el pasaporte. De hecho lo consulté con un colega de negocios, y me dijo que era un trámite rápido y que cualquier cosa le llamara, pues tiene acceso y amistad con el Director de Migración. Días antes había recibido la inestimable ayuda de una persona para conseguir mi partida de nacimiento original y con poco tiempo de emisión, requisito indispensable para que las autoridades de esta «magna» Dirección coteje los errores que pueda tener el Documento Único de Identidad.

Así que después de estacionar mi carro (que había sido revisado a fondo a las 5:15 am por unos amables policías de narcóticos en la carretera del Litoral salvadoreño) en los sótanos del centro comercial Las Cascadas, llegué al segundo nivel del mismo donde estaba -digo, sigue estando- la oficina de Migración. Cuando llegué había unas 20 sillas fuera del local, totalmente abarrotadas, y con unas 10 personas más de pie, haciendo la clásica cola. Me ubiqué de último en esa cola, y a las 9:40 am empezó mi breve Vía Crucis de cuaresma. Tengo que decir que es breve Vía Crucis, porque no fueron 4 horas de dolor; pero sí es un Vía Crucis, porque por carácter me es muy difícil y sufro mucho hacer cola. Pero bueno, ante la desesperación, paciencia. Así que me armé de paciencia, y poco a poco fui caminando. Un empleado abría la puerta con relativa frecuencia y decía: «pasen 4». Así que poco a poco nos fuimos acercando a la entrada. En esta primera etapa pasaron algunas cosas divertidas… mientras nos movíamos en las sillas (parecía aquel juego de niños de las sillas y la canción), hubo un momento en que se quedó una silla esperando ser ocupada por alguien; pues una señorita -que había querido entrar directamente a la oficina sin hacer cola y que fue claramente rebotada por el portero-, decía que esta señorita en cuestión optó por sentarse en esa silla desocupada… el pueblo empezó a hacer algunos ruiditos con la garganta, y el legal ocupante de la silla procedió a dedicarle una mirada y unas cuantas palabritas para que se fuera al final de la cola, pues ya llevábamos más de 30 minutos esperando y que ella no debería acortar los tiempos que los otros ya habíamos invertido en esa espectacular espera. Así que la señorita no tuvo más remedio que retirarse al final de la cola. Eso sí, con algunos comentarios no muy adecuados a su condición. Otra «agradable» situación provenía de mi vecino de silla… un joven, con gorro de lana (y eso que hacía calor) y unos tenis muy agradables, pero me da la impresión de que estaban «un poco mojados» por lo que el olor que despedía ya se imaginarán cómo nos animaba a desear que la cola terminara cuanto antes. Pues al fin, después de 45 minutos de «agradable» espera logré llegar a la puerta y, siendo cuarto en la fila, escuchar ese agradable «pasen otros cuatro» que introdujo en las oficinas de la DGME, la Dirección General de Migración y Extranjería de la República de El Salvador. Antes de acabar este parágrafo quería introducir a un personaje que se llama Franklin. En un momento determinado el encargado abrió la puerta y apareció un joven de unos 40 años preguntando «si aquí es donde se saca la visa»; el portero desconcertado le dijo que no, que esas la dan en la embajada. Franklin -quien trabaja para un Ministerio, que omito el nombre para evitar que lo reconozcan- rectificó y le preguntó si eran los pasaportes. Hasta allí seguí la pista de Franklin.

Al entrar los trámites eran «rápidos»: teníamos que pasar por lo siguiente: 1. Revisión de papeles. 2. Una delicada espera en sillas. 3. Pasar con la «seño» que te atiende, revisa nuevamente los papeles y te toma la foto. 4. Salir del local y esperar a que te llamaran por una ventanita para que a través de un espejo tus datos en el pasaporte. 5. Volver a esperar para que te den el pasaporte.

Así que paso a contar algunas cosas que me ocurrieron en esos pasos….

1. Revisión de papeles. Es un paso en el que un amable agente de la DGME chequea que los emisores del DUI no se hayan equivocado al trasladar los datos de tu partida de nacimiento; estos amables amigos de la DGME dan «fe» que la RNPN ha hecho bien su trabajo… maravillosa «fe pública» de estos empleados. Entre los requisitos del pasaporte también hay una solicitud de una fotocopia del DUI al 150% de su tamaño, revés y derecho en el mismo frente de la página de la fotocopia. Por herencia de mi abuelo, ya llevaba todo hecho, y además, la fotocopia a perfecto color, aprovechando una impresora-scan-fotocopiadora de mi oficina. El amable empleado me dijo que iba a ser necesario sacar otra fotocopia, porque la fotocopia tenía que ser en blanco y negro; eso sí, con el consiguiente pago de 20 centavos de dólar por la misma. No quedó más remedio que hacerlo. Después de esta prueba de fe pública de estos empleados (es maravilloso como ponen el DUI al lado de la partida de nacimiento y van chequeando los datos de uno y otro lado para asegurar no sé qué datos) pasé a pagar a la caja… una hora antes había pasado al banco a pagar $ 12.00 y ahora tenía que pagar en efectivo $ 13.00 más. Alguien quiso explicarme por qué tenía que hacer dos pagos distintos en distinto lugar y en distinto momento, pero me negué a aceptar una explicación racional a este absurdo. Mientras esperaba que el señor de adelante pagara oí que el cajero le decía al señor (de edad provecta) si no tenía los $ 13.00 exactos, decidí que mejor le pagaría la cantidad exacta; había pensado conseguir vuelto de un billete de $ 20.00; pero menos mal que tenía la cantidad exacta. Un poco antes me habían hecho firmar una declaración jurada para explicar por qué razones quería renovar mi pasaporte sin estar vencido; tuve que poner que por estar pronto a vencer y a llenarse como motivos de la renovación.

2. Una delicada espera en sillas. Después del trámite anterior, volvimos a sentarnos en sillas. Cual sería mi sorpresa que detrás de mí no estaba el chico joven de la gorra de lana y los tenis mojados… estaba Franklin… resulta que este ingeniero después de la conversación con el portero se había ido a pagar al banco, pues éste le había dicho que era un requisito. Regresó poco tiempo después, y le dijo al portero: «ya pagué». Y éste le dejó entrar sin hacer la cola. Resulta que como algunos hacen la cola de afuera y cuando entran no han pasado al banco a pagar, así que los dejan salir y luego que regresan ya pasan directamente sin volver a hacer la cola. Pues como Franklin le dijo al portero que ya había pagado, éste le dejó entrar directamente… así que esos momentos en las sillas (otros cuarenta y cinco minutos) fueron más agradables con la conversación que tuvimos con Franklin. Cuando estábamos a 10 lugares de terminar esta cola pusieron a otra empleada a atender a los clientes; esto aceleró los últimos momentos de la espera; ojalá hubieran ocupado ese lugar antes o hubieran completado el otro cubículo que quedó vacío. Mientras estaba en esa sillas esperando me regresaron mi pasaporte viejo con la autorización de la jefe para proceder a la emisión de uno nuevo sin estar vencido el anterior.

3. Nos tocó pasar con la «seño». Pero un poco antes gozamos de una escena divertida con Franklin. Frente a nosotros estaban tomándole la foto a una señorita de unos 25 años. Tiene el pelo lacio y lo llevaba recogido con un gancho. Pero algunos mechones caían en diversos lados de su cara por lo que la seño le indicaba que así no podría tomar la foto. La chica en cuestión, que llamaremos Jenniffer, hacía lo posible por recogerse el cabello. Cuando lo lograba comenzaba la seño a tomarle la foto pero antes de hacerlo se le volvía a mover. Al final, la seño pidió a sus colegas varios ganchos Sandino para Jenniffer, que al final tuvo éxito de tomarse la foto. Volverá a aparecer Jenniffer más adelante. Pasé con la seño y la verdad es que la atención fue muy rápida y muy amable: cotejamos datos, cambio de dirección, etc., me tomaron la foto, firmé, puse la huella, entregué los papeles, etc., y salí de la oficina. No tuvieron que usar conmigo lo que también presenciamos con Franklin: un señor que había perdido totalmente el pelo recibía mucha luz en la calva, por lo que la seño le tomó la foto al mismo tiempo que ponía sobre la cabeza –a unos 20 centímetros de altura- un folder para evitar los reflejos de la luz.

4. Salí de la oficina más o menos a las 11:40 am, después de dos de haber llegado. Nuestra expectativa era unos 40 minutos fuera en lo que procedía la impresión del pasaporte. Aproveché para comerme un sorbete doble muy sabroso. Platicamos más con Franklin… y esperamos en vano a las 12:20… las 12:40… las 12:50…. Jenniffer estaba cerca refunfuñando y diciendo que ya llevaba 5 horas… dieron las 13:00 horas… y nada… esperar y esperar… de vez en cuando abrían una pequeña ventanita y llamaban a algunos… y nada… de repente como a las 13:05 llaman a unas 10 personas… y cual sorpresa, mi amigo Franklin entre ellos. Por supuesto que Jenniffer tampoco era llamada. Después de esa llamada Jenniffer reclamó fuertemente y cinco minutos después era llamada. Al final, a las 13:30 me llaman: me devuelven el pasaporte viejo, debidamente anulado, y me piden chequear los datos leyéndolos a través de un espejo. Di mi autorización.

5. Y a esperar otros minutos. Menos mal que estos últimos fueron pocos… y me dieron el pasaporte. A las 13:40 salía del centro comercial, después de 4 horas exactas entre mi entrada y mi salida. Jenniffer tardó 5 horas. Franklin tardó 3 horas.

Mientras esperaba en esos lugares se me ocurría algunas alternativas y algunas comparaciones. Como he sacado pasaporte en Guatemala también, me es fácil comparar. Por ejemplo, en una ocasión, a inicios de año, saqué la licencia de manejo en Guatemala y tardé 16 minutos; inmediatamente me fui a renovar mi pasaporte y me tardé 15 minutos… El sistema de la emisión de pasaportes es muchísimo mejor que el sistema usado en El Salvador. Recuerdo que el sistema de emisión de pasaportes en El Salvador lo pusieron antes, pero no lo han renovado. En Guatemala en el pasaporte sale impreso directamente la información; en El Salvador se imprime una especie de calcomanía que es la que se pega después al pasaporte.

Pero mejor comento las dos sugerencias específicas para la DGME:
1. Traten mejor a los ancianos y a los infantes. A pesar de que hay una ventanilla, los ancianos tienen que hacer la cola correspondiente. Igual pasó con un matrimonio que llevaba a un pequeño niño…
2. Implementen un plan de atención “ejecutiva o express”. Perder 4 horas para una persona que tiene un puesto ejecutivo puede tener un valor económico muy elevado; cuando estaba en mi punto máximo de desesperación por la infructuosa espera, se me ocurría que podría pagar $ 25.00 más para sólo tardarme un par de horas menos, o $ 50 extra por tardarme sólo una hora. Piénsenlo.