Citius, altius, fortius


Pues hoy terminaron las Olimpiadas de Río. La cobertura ha sido magnífica, incluso para aquellos que no hubieran querido seguirla.

Tengo que reconocer que llevo varios años viendo poco de las Olimpiadas, por algunas razones. Este año, debido a la cobertura mediática por todos lados, me fui animando a ver algo más, tampoco sin poner empeño en dedicar mucho tiempo a ello.

Una cosa que pesó fue mi afición (a veces excesiva) por conocer los records. Este año los jóvenes Phelps y Bolt nos dieron un ejemplo maravilloso de paciencia y fortaleza. Bueno, aunque estos dos «jóvenes» ya no lo eran tanto. 

A mí me impresionó ver como a los 50 mts (en la carrera de 100 mts lisos o planos) de repente, empezaba a despuntar Bolt como si nada… y hasta volteaba a ver a un lado con una sonrisa, y casi alcanzando el record (que él mismo tiene)… la colección de medallas de oro de Phelps quien tiene más medallas que cientos de países juntos…

También me ayudó a seguir las Olimpiadas las nuevas revelaciones del deporte, y las historias detrás de ellas. Aquella nadadora, hija de una familia pudiente, que rompía record tras record cada vez que nadaba. Aquella otra gimnasta con una historia absolutamente distinta, con una familia desintegrada, pero luego una maravilla de niña, como persona y como gimnasta.

La historia de las corredoras que se cayeron y luego se ayudaron…

Muchas más historias que dan mucho ejemplo, como la Lupita mexicana, con una sencillez y humildad que desarman a cualquiera…

Una razón por la que me había alejado de las Olimpiadas era  por la excesiva «liturgia» pagana y por la «adoración» al cuerpo, sin la mención o  consideración del Supremo Creador, que da sentido a todo.

Este año, he descubierto que muchos de estos atletas no temen manifestar su fe, y además, la declaran como la gran ayuda que han tenido para salir del hoyo en que algún momento se encontraban (Phelps) o como apoyo para alcanzar las metas (Bolt, Ledecky, Biles). Muchachos y muchachas que saben -y actúan en consecuencia- que Dios es lo más importante en sus vidas.

Hace pocos días inicié el año académico en el IPADE, con unas clases sobre el Método del Caso para los participantes que están iniciando al Maestría en Dirección de Empresas para Ejecutivos con Experiencia. Se me ocurrió preparar las clases casi desde cero. Y pensando en las características o virtudes que necesitan los que ingresan a esta maestría, llegué a la conclusión que necesitan dos: paciencia y fortaleza. Paciencia porque el proceso de esta maestría es muy largo; fortaleza, porque tendrán que vencer muchas dificultades.

Pienso que los atletas olímpicos han necesitado (entre otras) estas dos virtudes: paciencia y fortaleza. También una buena dosis de humor para gozar todo el proceso y no sólo el resultado final (creo que ya he escrito sobre este tema en otra ocasión).

Ojalá muchos de estos jóvenes puedan encontrar en sus entrenamientos y competencias, un sentido más allá de aquello a lo que se dedican. Que los dones que han recibido los logren hacer rendir.

Cada uno de nosotros que no somos olímpicos también sepamos rendir los dones, más rápido, más alto y más fuerte.

Todos podemos ser «olímpicos» aunque no sea en el deporte.