«Ahorro Rodríguez» una anécdota con mucha enjundia

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Sucede, con alguna frecuencia, que clasificamos a las personas. A veces, esas clasificaciones se realizan en varias clases; pasa, por ejemplo, con las clases sociales: A, B, C, D, E… y si nos descuidamos, hay A+, A y A-. En otras ocasiones, la clasificación no es tan exhaustiva, y nos salen unas tres clases: niños, adultos y ancianos.
Pero muchas veces, sólo catalogamos a las personas en dos clases: buenos y malos; sanos y enfermos; los que le van al América y los que no le vamos; de derecha y de izquierda, etc.
Hay específicamente una clasificación que me gustaría usar para introducir este post. Y es la clasificación de las personas entre teóricas y prácticas.
No sé la experiencia de los lectores, pero me parece que no es que existan muchas personas absolutamente teóricas ni los absolutamente prácticos. Pero todos tenemos una tendencia más preponderante hacia un lado que hacia el otro.
Recientemente me ha tocado trabajar con un buen amigo (nos conocemos hace más de 35 años). Este personaje, a quien admiro y quiero mucho, es un ingeniero que ejerce como tal… es muy práctico, y resuelve con “ingenio” muchos problemas.
A nivel empresarial, dominan, por mucho, los prácticos. En una empresa no es tan conveniente tener a “teóricos puros”, más que en contadas ocasiones. La persona de empresa debe ser capaz de aterrizar en la práctica lo más elevadamente teórico que haya podido aprender o decidir.
Hace algunos días leía una frase de una persona a la que admiro mucho. La frase más o menos decía así:
«Qué bueno que puedas pensar las cosas que vas a hacer. Eso es algo bueno. Pero no te puedes quedar sólo en el pensar, porque si éste fuera el caso, nunca harías nada».
Esta idea conecta perfectamente con lo que se había dicho más arriba; y para la empresa, tiene toda la vigencia y oportunidad.
Ahora bien, esta frase la quiero usar ahora para conceptualizar una anécdota que me contó un buen amigo (éste es amigo más reciente).
Bueno, me la contó por escrito. Así que lo que haré será transcribir lo que me contó (quizá con una que otra corrección de estilo). Pero creo que es una anécdota para aprender y enseñar teórica y práctica.
“Mi padre, un médico hematólogo aficionado a todos los deportes, logró enseñarme en una sola actividad el valioso sentido del ahorro, del valor del dinero y el de compartir con los demás un poco de todo lo que la vida nos da.
Entre los 10 y los 15 años, empezó a darme el tradicional domingo (una cantidad de dinero cada fin de semana); sin embargo, desde un inició me aclaró como y que reglas tendría que seguir para realizar lo que él llamaba “Ahorro Rodríguez”.
Evidentemente para un niño de 10 años el concepto del ahorro no existe y lo único que quiere en ese momento es recibir el dinero y gastarlo en golosinas o juguetes, justo por estas razones hoy que recuerdo esta dinámica es que agradezco a mi padre el haberme forzado a realizarlo. Sin más preámbulo van reglas del “Ahorro Rodríguez”:
1.   Por cada peso que yo ahorrara de mi domingo mi papá pondría otro a mi cuenta; siempre y cuando lo ahorrara al momento de recibir el dinero.
2.   Al final del año tenía derecho a realizar el retiro del ahorro respetando los siguientes lineamientos:
§  Un 10% del total del ahorro se quedaba para el siguiente año.
§  Un 10% sería destinado para un regalo para mi mamá.
§  Un 10% sería entregado a alguna persona necesitada.
§  El 70% restante lo podría gastar como yo quisiera.
Vale la pena comentar que el dinero que recibía del “domingo” nunca fue un done-deal; siempre fue a cambio de realizar alguna actividad como ayudarle a mi papá a cortar el pasto de la casa, lavar el coche, mostrarle que la tarea de la escuela estaba hecha o ayudar a mi mamá a realizar la comida, etc.
Tal vez en un principio llegué a molestarme; pero estoy seguro que estas “tareas” terminaron por gustarme porque, al final, no se trataba de ganar dinero, se trataba de pasar tiempo gozando con ellos. 
Recordaré esta dinámica no sólo porque de aquí surgió mi gusto por las finanzas; sino que principalmente, la recordaré por siempre como parte fundamental de mi vida y formación como ser humano.”
Hasta aquí la anécdota de mi amigo, que he querido compartir con mis lectores. Espero les sea útil y provechosa esta deliciosa anécdota de la niñez, con un papá maravilloso educador en la teoría y principalmente en la práctica.

P.S. Después de escrito y publicado, una persona me escribió: «te hace falta la división más importante: ‘gordas y flacas'».