La manga y el brazo. Una buena anécdota sobre las tarjetas de crédito

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Los antiguos tenían un dicho, que más o menos podía ser escrito así: “no debemos estirar más el brazo que la manga”. En general este aforismo podría aplicarse a varias cosas. Por ejemplo, cuando se decide hacer algo para lo que no tiene capacidad ni tampoco la posibilidad de adquirir los conocimientos y/o habilidades que se necesitan para realizar lo propuesto. No tenemos lo necesario para cumplir los requisitos mínimos para llevar a cabo ese trabajo.
Pero esta frase se aplica más específicamente a cuestiones económicas. Casi siempre se dice que no tenemos que gastar más de lo que tenemos o lo que podamos ingresar.
Aunque esto último es un posible engaño –autoengaño- porque de seguro quienes alguna vez han gastado más de lo que pueden pagar, es porque se han planteado que son capaces de generar lo suficiente para pagar.
Ahora bien, es de conocimiento que el “mundo mundial” (como me gusta decir) es un mundo endeudado. Sólo para poner el ejemplo, Estados Unidos, en el momento en que estoy escribiendo esto, tiene una deuda de US$ 20,630,476,610,000 (y creciendo a un ritmo vertiginoso). Esto se lee como 20 billones de dólares (en inglés se leería 20 trillones). Es todo el dinero del mundo.
También las personas están endeudadas. Según veo, la deuda de las personas, en Estados Unidos ronda el orden los 18 billones de dólares, que es “casi” igual a la deuda como país. Allí se incluyen las deudas por hipotecas, por créditos a corto plazo y las tarjetas de crédito.
El monto de la deuda de los estadounidenses con las tarjetas de crédito pasa del billón de dólares. Estos “plásticos” cómo a veces se les llama son maravillosos. Un gran invento de las finanzas del siglo XX. En lugar de que “yo” como persona individual tenga “crédito” en todos los lugares a los que voy a comprar, lo que hacen las tarjetas es tener un solo crédito y poder comprar en todos los lugares a los que voy habitualmente, y en todos aquellos a los que sólo voy una vez en la vida. Con los viajes tan extendidos, las tarjetas han resuelto miles de problemas.
Pero así como han resuelto miles de problemas, también ha provocado otros tantos de problemas. Miles de problemas también. Precisamente por no tomar en cuenta de que no se puede extender más el brazo que la manga. Si gano 100 no puedo gastar 110. Bueno, sí lo puedo gastar, pero nunca lo pagaré.
Historias de mal usos de las tarjetas de crédito hay hasta para tirar con onda. Como aquel que llegó a acumular 8 tarjetas de crédito, que tenía llenas hasta el tope y que no lograba ni respirar. O aquel otro que sacaba dinero de una tarjeta de crédito (que tiene un costo elevado) para pagar otras tarjetas de crédito.
Tengo en mi “mano digital” un testimonio que me ha gustado y que aquí transcribo con una que otra adaptación y añadido. Espero sirva la historia, que a mí personalmente, me impresionó mucho.
“El banco al ver los ingresos que estaba generando me aprobó una tarjeta de crédito. En ese momento veía la tarjeta de crédito como una extensión de mis ingresos. Comencé a gastar lo que ingresaba más el crédito que tenía disponible.
Poco a poco esto se volvió insostenible. Estaba gastando más de lo que estaba percibiendo. Al cabo de 9 meses debía más de mi capacidad de pago: o pagaba la tarjeta o pagaba mis gastos.
Comencé pagando los mínimos, con lo cual la deuda nunca terminaba. Es más, siempre crecía.
Para poder solventar este tema, tuve que cambiar mis hábitos de consumo: dejar de salir, de comer fuera; limitaba mis compras y  sólo compraba lo mínimo necesario. Y lo que me ayudó más: dejé de usar la tarjeta.
Esperaba con ansias la llegada del fondo de ahorro y el bono anual para poder pagar por completo la tarjeta.
Después de pagarla la cancelé. Y creo que mi mejor decisión fue no tener una hasta saber utilizarla y sacarle el verdadero provecho.
Hace pocos años, debido a mi trabajo, viajaba con frecuencia, así que fui candidata perfecta para otra tarjeta de prestigio.
Esta vez quise aprovechar los puntos que dan por consumo para poder seguir viajando. Me puse una nueva política que es comprar con la tarjeta sólo lo que tengo de ingresos disponibles. Es como no estirar más el brazo que la manga.
De vez en cuando caigo, cosa que me avergüenza un poco ya que me dejo arrastrar por alguna promoción. Sin embargo ya no gasto más allá de mi capacidad de pago.
Lo que me ha resultado adecudado es comprar una vez que ha pasado la fecha de corte de la tarjeta y así tener más tiempo para pagar. Y me exijo de que así sea.
Considero que en nuestros países nos hace falta mucha educación financiera. Cada día es más fácil obtener un crédito de distintas maneras y no siempre estamos conscientes de lo que esto significa.”
Hasta aquí la experiencia. La tarjeta de crédito nos facilita gastar más de lo que tenemos. Así que si no logramos controlar esos gastos, lo mejor que existe es la “tijera”. Si hace falta, a cortar la tarjeta de crédito se ha dicho.
Nos vemos pronto.