39 años después y Penny Press


En estos días que he estado en El Salvador he tenido la posibilidad de recuperar la «memoria histórica» (como se dice ahora). Aunque visito El Salvador con frecuencia, mis visitas son muy rápidas y sólo logro estar en los mismos lugares y saludar a las personas más cercanas. Pero en estos días que he estado un poco más de tiempo, he podido tener algunas alegrías «extras» por visitar lugares que tenía mucho de no visitar. Pero las alegrías más grandes se me han presentado por la ocasión de ver a personas que tenía años de no ver. Uno de ellos es Rodrigo, un sobrino que vive en Europa, pero que estos días ha venido a visitar a su papá -mi hermano-, y así he podido estar con él un rato.

Pero ayer tuve una alegría especial de uno de estos encuentros. 

Corría el año 1974 cuando conocí a Eduardo. Yo tenía por ese entonces 9 años y él unos 16. Yo cursaba 4to grado de primaria, y Eduardo 1o de bachillerato (primero de Preparatoria según la terminología mexicana). Yo tenía ya dos años de jugar basquetbol en el CDI (Círculo Deportivo Internacional), y para ese año 1974 habíamos formado un mejor equipo patrocinado por una aseguradora (Asesuisa, Aseguradora Suiza Salvadoreña). El campeonato se presentaba muy competido, porque además, de los clásicos «enemigos» deportivos de la «Confitería Americana», ahora íbamos a tener otros que nos harían la competencia; también se esperaba la inscripción de unos tres o cuatro equipos más que harían más largo y emocionante el torneo.

No sé cómo, pero un día apareció Eduardo como entrenador. Nunca se lo pregunté, ni me llegué a enterar de cómo apareció como entrenador. Jugaba también en el mismo CDI, obviamente en una categoría superior. No era un gran jugador, ni nunca lo fue (como casi todos los que jugamos en esos años en Asesuisa, nunca llegamos a ser fueras de serie, a excepción del Zurdo). Pero nunca ha sido necesario ser un gran jugador para ser un gran entrenador. Eduardo no estudiaba en el mismo colegio nuestro (el Liceo Salvadoreño, dirigido por los queridos Hermanos Maristas de la Enseñanza), sino que él provenía de nuestra competencia (Externado de San José, dirigida por los padres jesuitas), aunque recientemente se había trasladado a un colegio llamado García Flamenco (que era el colegio más raro para nosotros, porque incluía en su uniforme una corbata y una chumpa -chamarra- que con el calor de San Salvador tenía mucho mérito). 

Pues Eduardo empezó a ser nuestro entrenador de BKB, pero principalmente empezó a ser un buen amigo mayor, un hermano mayor, quien nos quería y a quien queríamos. Una buena influencia para esos cípotes (patojos, chavos) de 9 ó 10 años. De esa época yo podría definir a Eduardo como un hombre con un gran corazón, un hombre que sabía querer, que se entregaba por los demás sin límites…

Eduardo ya tenía licencia de manejar a edad temprana, así que pasaba por unos 4 jugadores a las casas. Yo era el último que pasaba recogiendo, después de pasar a recoger a René, a Juan Carlos y alguno otro más que no recuerdo. Por mi gen suizo (un poco cuarteado, pero vigente en algunos campos) siempre estaba listo unos minutos antes de la hora a la que Eduardo tenía que pasar por mí; Eduardo no tenía gen suizo, así que casi siempre tenía que esperarlo un poco más del tiempo «legalmente establecido».

Y nos llevaba al colegio para tener nuestros entrenamientos. Tampoco supe de dónde ni con quien preparaba los entrenamientos, pero llegamos a tener una resistencia física muy buena y a saber unas buenas jugadas de defensa y ataque en el BKB. Quizá un amigo de Eduardo (que había sido compañero de BKB de mi hermano Rolando) a quien llamaban «el Caburro» quien le echaba una mano.

De los partidos tengo más recuerdos que de los entrenamientos. Eduardo terminaba con la garganta destrozada por los gritos que pegaba animándonos… Hubo varias cosas simpáticas, y otras sufridas en los partidos. Llegó el momento en el que la Confitería Americana nos había ganado, y estábamos con el ánimo por los suelos. Pronto íbamos a tener otro partido contra ellos, así que Eduardo usó una táctica interesante: le pidió a su amigo «el Caburro» que nos entrenara un par de semanas, y que fuera el coach durante el partido. El Caburro era más «violento» entrenándonos, nos regañaba, nos movía más «fuertemente» a hacer las cosas bien. Lo interesante del experimento fue que funcionó y le ganamos a nuestros «eternos» rivales y quedamos campeones.

Fueron dos años de entrenamientos casi diarios con Eduardo: 1974 y 1975. Al final de ese año, por alguna razón que tampoco recuerdo, nos dejó. Y dejamos de vernos. En estos 38 años que han pasado desde entonces, nos hemos visto dos o tres veces, y sólo en una ocasión pudimos saludarnos como 1 minuto. 

Pero ayer tuve la oportunidad de estar con él un buen rato. Actualmente tiene un puesto de mucho prestigio, al mismo tiempo que mucho stress. Entre otras cosas me contó cosas de periódicos… como desde hace 200 años que existe el periódico impreso en el mundo, y cómo empezó a ser popular este medio. Originalmente costaba alrededor de 6 centavos de dólar (6 pennys), hasta que a un editor se le ocurrió venderlo a 1 centavo y se popularizó por todos los Estados Unidos. De ahí el «1 penny press», frase que nunca había oído, pero que me gustó mucho…

Eduardo planteaba la dificultad actual de los periódicos en todo el mundo. Cómo siempre ha sido un producto muy especial, cuyos ingresos mayoritariamente no vienen de los consumidores sino de los anunciantes (cosa por demás única en el mundo de los negocios). Cómo los periódicos cometieron un «pecado original» cuando surgió el Interet, ya que todos subieron la información a la página. Y cómo ahora no saben cómo hacer para cobrar por la información que aparece en las páginas web: una situación difícil para todos los periódicos. Las perspectivas a mediano plazo no son nada buenas para este negocio, pues la migración a lo digital está cada vez más extendida; más en unos países que en los nuestros, pero tarde  o temprano los pronósticos es que desaparecerán los medios impresos.

Interesante plática con Eduardo. Como lamentablemente yo no era el único escucha, no pudimos platicar más sobre cosas personales. Confío en que pronto se pueda dar.

Antes de acabar, no me resisto a escribir una de las tantas anécdotas que tuve con Eduardo. Después de uno de los entrenos de BKB nos fuimos al Gimnasio Nacional a ver un partido de BKB. Había poquísima gente, así que nos sentamos los 4 ó 5 que íbamos en cualquier sitio. De repente, me fijo que Eduardo tenía unos tenis nuevos (en esa época eran prácticamente los únicos; ahora han vuelto: los All-Stars). Sentado a su derecha, me agacho para tocarle los tenis (creo que la verdad lo que quería hacerle era desamarrarle los zapatos, pero eso no lo puedo poner en este post…). Y oh, sorpresa, me encuentro a un lado de su zapato un billete de 100 colones…. En 1974 ó 75, eso equivalía a unos US$ 40.00, que para mí era lo máximo que había tenido en toda mi vida… no recuerdo en qué lo gasté, pero sí recuerdo mi alegría cuando Eduardo me dijo que no eran de él…

Pues así como esta se me han recordado varias anécdotas más, pero necesito terminar ya, porque si no, la paciencia del lector sí se terminará.

Nos vemos a la próxima.