Ob-audire

Uno de estos días vi una clásica película de Hollywood; clásica pero reciente. La Casa Blanca es tomada por unos tipos malos, comandados por el «malo malísimo»; por su parte un agente del Servicio Secreto, caído en desgracia se dispone a rescatar al Presidente (una mezcla de Rambo, Jack Bauer, Duro de Matar y 300 -es el mismo actor-). El final es fácil colegirlo, precisamente porque es una película clásica. Aun así no deja de ser emocionante, tensa y por supuesto de muchísima acción (casi se acaban todas las balas del «mundo mundial»).

La película de marras (así dirían los abogados) tiene poco como para que se analice en un cine forum. Pero hubo varias cosas que me llamaron la atención y que de alguna manera sembró la semilla para esta publicación.

El Presidente del país más poderoso del mundo, el hombre que manda sobre todo también obedece. Llega un muchacho del servicio secreto y le indica: «ya es la hora Señor Presidente», y éste obedece. El hijo del Presidente quiere irse en un carro distinto al del papá, y este papá poderosísimo, le contesta a su preadolescente hijo: «pregúntale a Mike, él es el jefe».

La obediencia. Ob-Audire, es escuchar. Incluso, escuchar cosas que no nos gustaría escuchar. Considero que a todos nos cuesta obedecer. A algunos más, a otros menos. Algunas veces nos cuesta obedecer a algunos mandatos y otras veces esos mandatos son muy fáciles de obedecer. 

Como sucede con muchos hábitos, éstos  pueden crecer, hasta convertirse en una especie de segunda naturaleza, en un hábito que nos hace operar, obrar en el sentido propio del hábito. Es lo que los antiguos llamaban «fuerza», o vis, virtud. A quien posee una virtud se le hace mucho más fácil hacer los actos propios de esa virtud; no quiere decir que no le cueste ejercitarse en la virtud, pero sí le resulta más fácil vivirla, obedecer en este caso que platicamos. Si una persona está acostumbrada a no hacer caso nunca, hacer caso (obedecer) le resultará mucho más difícil que al que con más frecuencia obedece; éste último tiene ya la virtud, por lo que resulta fácil obedecer.

Tenemos una influencia muy interesante en nuestra sociedad actual. Vivimos en un mundo en el que se nos insta para que no obedezcamos a quien tiene autoridad. Cae por su propio peso que esa gente quiere que le obedezcan a ellos. Esto es de lo más paradójico: «no obedezcás a quien debés obedecer, sino que obedeceme a mí que no tenés por qué obedecerme». O a veces lo que sucede es que soy el rebelde, el que no obedece, pero luego, cuando el rebelde llega al «poder», donde le compete mandar, quiere que todos le obedezcan. Su ejemplo ha sido todo lo contrario…. Es muy difícil mandar bien si antes no se ha obedecido a quien nos manda.

La ideología actualmente dominante es que cada persona es absolutamente libre, y que cada quien hace lo que le da la gana, y no tenemos que darle cuenta a nadie. Y sabemos que esto no es cierto. 

No somos absolutamente libres: basta pensar en las leyes físicas y biológicas que debemos cumplir necesariamente: tenemos que dormir todos los días, comer (y descomer), ingerir líquidos; no podemos volar, ni desaparecernos (al estilo de los magos de Harry Potter), ni ir a grandes velocidades, ni trabajar incansablemente, o descansar también incansablemente. Además, debemos cumplir leyes que nos limitan nuestra libertad: siempre que nos movemos de un lado a otro en carro, tenemos que ir por la carretera o por las calles y avenidas: no podemos pasar a campo traviesa o pasando encima de las casas. Y además, en estas tierras, tenemos que manejar del lado derecho y no por el izquierdo. En fin… tenemos que obedecer de comernos la comida que nos ponen en el plato, porque quizá no haya otra….

Y para colmo de males, existe una contradicción que leí hace unos años en un libro (que no recuerdo cuál era). Más o menos decía la idea así: vivimos en una sociedad democrática. La sociedad democrática se basa en el principio fundamental de que todos somos libres e iguales en esa sociedad. Pero luego resulta que el fundamento económico de la sociedad democrática, que son las empresas, son un tipo de sociedad en la que lo que menos hay es libertad e igualdad. En las empresas o se obedece o uno se va de allí… No somos iguales, ni somos libres de hacer cosas que no están entre los objetivos, políticas, misión y visión de las empresas.

Pero eso sí, nos gusta desobedecer porque -pensamos-, tenemos mejor criterio de decisión que el jefe… o por lo menos, le encontramos el gustito a desobedecer.

La obediencia está mal vista ahora. Quizá porque se piensa que el obediente por lo menos es tonto. Cuando en realidad es una virtud esencial para vivir en sociedad. Sin obediencia no existe ninguna sociedad: ni familia, ni empresa, ni Estado, ni sociedades intermedias. No podría existir un club de filatelia si no hay obediencia.

Nos conviene obedecer. Por eficacia, por trabajo en equipo, por convivencia en cualquier sociedad, por la paz y tranquilidad, por seguridad. En las sociedades todos hacemos lo que nos corresponde. Lo que no nos corresponde le toca a otro realizarlo, y a este hay que obedecerlo.

Es necesario que en cualquier sociedad alguien tenga la última palabra. Aunque se equivoque, porque yo obedeciendo no me equivoco. 

Esto no quiere decir que para ser obediente no pongamos nuestra cabeza, nuestra inteligencia. Por supuesto que sí. Hay un dicho referido a las personas listas: «esta las capta al vuelo». Hay una versión para los poco listos: «este las capta al vuelo a la quinta vez». Que no seamos obedientes a la quinta, sino a la primera: en la casa, en la oficina, en las otras sociedades. 

Y ese obedecer también incluye hacer caso a las leyes y reglamentos que nos han puesto, en las diversas sociedades.

En fin, la obediencia es una gran virtud. 

El más grande ejemplo de obediencia lo tenemos en Aquel que dio su vida por nosotros en el Calvario; y le costó. La obediencia de Jesús reparó la desobediencia de Adán.

Nos vemos la próxima.