«Consejos vendo y para mi no tengo»

Desde hace algún tiempo estoy suscrito a un servicio en el que recibo resúmenes de libros; principalmente de negocios. Leo los resúmenes, saco algunas ideas que me puedan servir y se acaba. La verdad son unos buenos servicios, que vale la pena tener presente, para personas que quizás no tienen tiempo de leer toda la literatura de negocios que ordinariamente sale publicada.

Hace poco llegó a mis manos, mejor dicho, a mi correo electrónico, un resumen de un libro que se llama en español “La trampa del Consejo”. Lo empecé a leer y me enganchó. Interesante cómo plantea una serie de ideas fundamentales relacionada con los consejos. Son frases o ideas fuertes que a alguna persona le puede doler: pero creo que vale la pena tomarlas en cuenta.

También me llamaron la atención las ideas de este libro, porque en mi trabajo frecuentemente me tocado dar consejos. Así que me sentí interpelado; muy interpelado. Y quizá por eso fuí leyendo con más fruición las “violentas” ideas que expone.

La primera idea fundamental que menciona es que, “la mayoría de los consejos que las personas dan no valen nada”. La frase es durísima.

El autor inventa el “monstruo aconsejador interior” que es el que nos mueve a dar consejos, repartir consejos.

Leer estas primeras frases me hicieron quedarme de piedra.  ¿Realmente la mayoría de los consejos que damos no sirven para nada? ¿Todos tenemos este monstruo aconsejador interior?

Estuve reflexionando sobre estas preguntas que me hice.  De la primera pregunta, espero contestar más adelante. De la segunda pregunta, me la contesté afirmativamente. Por lo menos con relación a mí… hay un monstruo aconsejador en mí. No podría generalizarlo, pero si este autor dice que sí lo hay para todos, algún fundamento tiene. (Por cierto, el autor del libro se llama Michael Bungay Stanier).

Seguí leyendo a pesar de la risa-reflexión que me dio la primera idea fundamental. La segunda me sacó de onda todavía más: “dar consejo es malo para quien los da, para quien los recibe, para el equipo y para la organización.” Aquí sí me detuve un buen rato. Me paralicé. Es una afirmación que raya en lo grotesco. En el pesimismo. Y que me provocó más cuestionamientos. ¿Todos los consejos que he dado han sido malos? Al cuestionarme esto, me pareció que la frase era absurda.

Y también me planteé, ¿qué quiere decir este cuate en el libro? ¿Es capaz de afirmar que nadie debe dar consejos a nadie? De plano no puede ser que esté diciendo eso este autor.

Antes de seguir me planteé una cosa. Como comentaba antes, parte de mi trabajo es dar consejos. Muchas veces, consejos generales, sobre cómo administrar cuestiones financieras. En los libros en los que he participado como coautor damos muchos consejos. En el material académico que hemos preparado a la par de otros colegas… damos muchos consejos. En las clases, damos consejos. En el trabajo, damos consejos. Y luego en las conversaciones personales también damos consejos… y ahora viene este señor a decir que al dar esos consejos nos hacemos daño y hacemos daño. ¿Qué ondas?

En esas estaba, sin saber el por qué de las afirmaciones tan categóricas, cuando leí la tercera idea. Y eso me tranquilizó un poco. Empezó ya a plantear algo positivo; y a dar atisbos de por dónde iba su idea central. Y dice así: “aprenda a silenciar a su monstruo aconsejador y sea más un coach”.

Ah bueno, “pos así sí baila mija con el Señor” como dice una frase mexicana (que significaría algo así: «Me gusta lo que propones; te doy la razón; acepto lo que dices”). Pues lo que el autor quiere transmitir es que hay que ser mejor coach y no un aconsejador.

 Esta tercera idea me dio un alivio. Porque ya entendí por dónde iba con sus ideas rudas y fuertes del inicio. Y es que es claro. En general, nos cuesta aceptar que alguien nos dé consejos que no pedimos.

 Hay dos conceptos sobre los que me gustaría reflexionar. El primero va por la línea esbozada anteriormente. Si no te he pedido consejo, no me lo des. Es como meterse en la vida de los demás sin permiso. Especialmente son difíciles de aceptar los consejos de aquellos que nunca han limitado a su monstruo aconsejador: y saben de todo y de aconsejan de todo… son aquellos mismos que cuando llegan a una posición de mando, lo primero que hacen es cambiar todo lo que hacía el anterior, porque seguro lo había hecho mal.

 O bien, son aquellos que critican todo, a los que habría que dar el siguiente “consejo”: “Es más fácil decir que hacer. —Tú…, que tienes esa lengua tajante —de hacha—, ¿has probado alguna vez, por casualidad siquiera, a hacer «bien» lo que, según tu «autorizada» opinión, hacen los otros menos bien?”

 Por otro lado, creo que siempre es bueno estar disponible, o con buena disposición para que nuestros amigos, colegas o familiares nos puedan hacer alguna observación o dar un consejo sin pedírselo. Especialmente cuando quizá yo mismo no me doy cuenta de que estoy haciendo algo mal. Esas advertencias quizá nos puedan caer mal al inicio; pero, a fin de cuentas, son cosas que nos ayudan (o nos pueden ayudar) y lo que hay que hacer es agradecerlas, reflexionar sobre ellas y trabajar para mejorarlas.

Hace pocos días, después de dar una clase, una alumna (es de Guatemala, así que es muy diplomática para decir las cosas) me escribió. “Hola Javier. Mire, ¿qué tal? Fíjese que quería ver si le puedo comentar algo”. Rápidamente le contesté por el chat que “claro que sí, Fulana; ¿qué me querés decir?”. “Mire, es que yo quería ver si le fuera posible que, para la próxima clase, lo mejor, tal vez, sería, que, quizá, se mejorara tal aspecto (aquí me dijo lo que ella consideraba pertinente)”. Le contesté, “Fulana, muchas gracias por decirme eso. Lo tomaré en cuenta.”. Más o menos así fue la conversación (le tuve que poner un poco de frosty). Le agradecí mucho su consejo.

En ocasiones uno va a algún lugar o participa de algo para recibir consejo (entre otras cosas). Así que aquí hago mi disclaimercomo se dice. Mis alumnos van a la escuela a recibir conocimientos, consejos, sugerencias, etc. Así que de una manera implícita son sujetos susceptibles de recibir consejos, por lo que deben aprovecharlos. Lo mismo pasa cuando estás en un Consejo de Administración (Junta Directiva) en una empresa. En ocasiones a esas personas se les llama consejeros: literalmente van a dar consejos y sugerencias, a abrir horizontes. Por supuesto que antes tienen que estar enterados de lo que sucede en la empresa; y para eso son las reuniones, para ir enterando cómo va la empresa y luego qué consejo les das. (También, los consejeros toman decisiones, no sólo dan consejos).

Para concluir este post me gustaría comentar que el libro que lo origina es un libro para ayudarte a ser coach. No soy coach y creo que no lo seré nunca. Pero creo que seguiré dando consejos. Las ideas de Mr. Stainer espero me puedan ayudar a ser mejor consejero.

Eso sí. Tenemos que atar más a nuestro monstruo aconsejador.

P.S.1. Si tiene algo de éxito este post, prometo escribir otro donde exponga más ideas de libro de “La Trampa del Consejo”.

P.S.2. Le di a leer a otra alumna el primer borrador de este texto. A los pocos minutos me contesta: «Yo tengo un monstruo ordenador del tamaño de Sasquatch. Tanto que hasta me sé la vida privada de todos mis subordinados. Doy opiniones sin que me las pidan. A veces podrían decirme «¿Con qué cara estás dando vos consejos si no te están preguntando?»…. Sí, pero voy a tener más cuidado.
Por cierto, en esta conversación me había alegado que por qué a ella no la citaba… Pues ya citada.