La crisis de los 40 o la crisis de la mitad de la carrera (I)

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Entre las cosas difíciles que hay en la vida está la toma de decisiones. No sé si las debería de definir como un arte más que una ciencia, pues quien pone en juego mucho allí es la prudencia y en definitiva la voluntad.

Ahora se dice que la toma de decisiones puede ser más fácil porque hay más herramientas para analizar las situaciones. A veces sucede lo contrario: al tener más información resulta más difícil la toma de decisiones. Pero la verdad es que no me quería entretener aquí si no en otro tema.

Una de las condiciones para tomar una decisión es que tengamos alternativas. Si sólo tenemos una alternativa, pues no hay decisión, no hay elección. (Estoy suponiendo que el no elegir no sea una alternativa).

Cuando uno analiza las diversas posibilidades que tiene para escoger, resulta que todas tienen ventajas y desventajas, cosas a favor y cosas en contra. Cuando una alternativa tiene unas ventajas muy por encima de las otras, la decisión es fácil. La decisión se convierte en difícil cuando las alternativas son muy parecidas en sus ventajas y desventajas. O bien, se torna difícil cuando las repercusiones de la decisión (sea la que sea) son muy dolorosas o involucran a personas que queremos mucho.

Como dice un amigo, “lo que sí es cierto”, es que cuando uno escoge una alternativa, renuncia a las otras alternativas. Y esa renuncia es una de las tantas razones por las que cuesta tomar decisiones importantes.

Hace unos días, en una junta dilucidábamos un posible cambio de una política ancestral en la empresa en cuestión. A todas luces era claro -valga la reiteración- que convenía hacer un cambio a esa política. Pero, …. Ya teníamos “n” años con esa política, y eso nos había dado una fuerza importante; y también el cambio de política podría hacer que algunos ejecutivos dejaran de ponerse la camiseta de la empresa… pero no cambiar la política podía implicar que algunos de los socios -a la vez, ejecutivos de la empresa- se quedaran muy molestos con sus colegas. Parecía un nudo gordiano, y la renuncia a la alternativa que no se eligió, tendría consecuencias no deseadas…. Pero al fin y al cabo, así son las decisiones. Nunca se puede ganar del todo.

Esta breve introducción viene a cuenta de un artículo que leí hace unos días, donde un filósofo estadounidense daba algunas recomendaciones a lo que él llama “la crisis a mitad de la carrera profesional”. El artículo, muy bien traducido al español, habla de lo que sucede con esa crisis, alrededor de los 40 años, donde las personas hacemos -hemos hecho o haremos- un balance de la situación actual. Y empiezan los arrepentimientos: no debí haber estudiado esta carrera; o debí haber aceptado aquel trabajo y no el que tengo; y un largo etcétera que no pondré aquí.

(Un sabio lector me hizo la advertencia de que cómo sabía que «estaba bien traducido al español» el artículo si no sé inglés… tampoco me dijo que no sabía si estaba bien traducido, porque no leí el artículo en inglés… a ambas observaciones la respuesta es que lo puse mal… debí haber puesto que el artículo «está bien escrito en español por lo que supongo que está bien escrito en inglés y además supongo que está traducido»)

Lo que el autor (Kieran Setiya) comenta es que muchas veces ese arrepentimiento no es por cosas que nos fueron mal, sino por cosas que elegimos en su momento. Y él comenta que lo bonito es que cuando elegimos algo, era porque teníamos muchas posibilidades de elección; había muchas cosas que nos gustaban… y recomendaba “recuérdese a sí mismo que sentir que se ha perdido algo es la consecuencia inevitable de algo bueno: ser capaz de ver valor en muchos trabajos”.

Como buen filósofo, el autor comentaba que esto es muy bonito. Pero luego hay arrepentimientos por decisiones que terminaron siendo un fracaso, que cometimos un error al no querer aprender otro idioma de pequeño, o que padecimos una desgracia que nos sacudió muy fuerte.

Aquí marca la pauta, que podríamos llamar como algo similar al anacronismo. No es lo mismo tomar la decisión ahorita que cuando la tomamos hace 10, 20 ó 30 años. Setiya recomienda “distinguir entre lo que habría debido hacer o aceptar en su momento, y cómo debería tomármelo ahora.” Y aquí enviaba un salvavidas: que es el amor. “El amor es el contrapeso del desencanto”. Nuestra vida es la que tenemos. Lo que podría haber sido es un “hubiera” que no existe. Como me dijo una persona una vez, quizá leído en algún meme: “lástima que no tenemos borrador para limpiar los errores pasados; pero que bueno que tenemos todavía un lápiz para escribir nuestro futuro”.
Cuando me he topado con personas que se sienten fracasadas en algún ámbito (profesional, familiar, social, económico, etc.), la referencia al amor es una gran ayuda. Porque, aunque le vaya mal económicamente, tiene una familia que le ama y ayuda y apoya. Ahora bien, es más difícil enfrentarse a una persona que se siente fracasado integral: en lo profesional, en lo familiar, en… todo. Esto es todavía más difícil de resolver. Aquí de las pocas cosas que he encontrado es el futuro. “Ahorita así sos… pero en el futuro podés ser mejor persona”.
Por de pronto lo dejo aquí. Me parece que el tema da para mucho más, y espero poder postear algo más adelante. Saludos a todos.