La vida intelectual I



Ayer me recordaron que tengo que hacer un examen todavía de una materia de la Maestría en Gobierno y Cultura de las Organizaciones. Realmente me recordaba del examen, pero se me había olvidado que el examen tiene tres etapas, y yo sólo recordaba la segunda y tercer etapa que son unas cosas que tenemos que entregar. Pero la verdad me había olvidado totalmente de la primera etapa del examen, que consiste en hacer un diagnóstico de un libro; bueno, realmente más que un diagnóstico, es escoger tres cosas que más nos haya impactado del libro. Así que procedí a agenciármelo –no comento cómo para evitar problemas de escándalo- y ayer mismo leí la introducción. Hoy por la mañana, en el trayecto del IPADE al Aeropuerto, en la espera en el aeropuerto y durante el vuelo hacia Guadalajara leí el capítulo 1, hasta llegar al 1.1, es decir, la introducción del primer capítulo.
A todo esto, no he dicho cómo se llama el libro. Se llama “El taller de la filosofía” y tiene cómo subtítulo “Una introducción a la escritura filosófica”. El autor, es un filósofo-profesor de la Universidad de Navarra, llamado Jaime Nubiola. El libro no hubiera sido de mi interés y muy probablemente no lo hubiera leído si no fuera porque lo recomendó la profesora que nos dio el curso de Metodología de la  Investigación, y con mayor razón porque nos lo dejó como parte del examen final. Cuando leí la introducción me gustó encontrar el nombre de mi Profesora Marta Torregrosa, como una de las personas a quien más le agradecía el autor por la ayuda que le dio para escribir este libro. Y también me dio mucho gusto encontrar el nombre de un amigo guatemalteco –Moris Polanco, a quien desde hace 30 años le digo de cariño “Moristóteles”- también como uno de los que colaboró con sugerencias y comentarios sobre el libro.
En un lugar de ese primer capítulo menciona el autor que más que un libro, es un manual para escribir. Y la verdad que sí. En esas pocas páginas que llevo leyendo se me han quedado ya como 10 ideas en la cabeza, y eso que sólo he estudiado las primeras 9 páginas… Como el examen consistirá en escribir sobre el libro y como el libro es sobre cómo escribir, trataré de ir escribiendo en la medida en que vaya leyendo, para así tratar de poner mis ideas en orden.
Una de las primeras cosas que dice Jaime (me he puesto un poco confianzudo con él, aunque no lo conozco) es que lo que se tiene dentro ha de expresarse, especialmente escribiendo. Eso me dio mucho gusto leerlo, porque así tiene más sentido este blog donde pongo mis ideas, o más bien, las ideas de otros que he ido copiando y adaptando… incluso, aunque nadie leyera este blog siempre sería muy provechoso para mí escribirlo.
Otra idea que Jaime menciona en su libro es que tenemos que aprender a mirar, a observar, a contemplar. Y le pone unos calificativos muy simpáticos: contemplar con pausa, con morosidad, a examinar. Pero no cualquier cosa, sino la propia vida. Es simpático que te hagan pensar; más simpático que te hagan pensar sobre vos mismo, sobre uno mismo. Y lo que pretende Jaime es que cada uno descubra la vida intelectual, sus objetivos, sus miedos, sus riesgos, sus peculiares ventajas, termina diciendo. La vida intelectual se enriquece en el adentramiento de uno mismo, se proyecta en la dimensión racional y afectiva, y cuál es la relación que tiene con la escritura. Y aquí nos vuelve a definir. A mí siempre me hace mucha gracia cuando algún personaje empieza a explicarte sobre la “inteligencia” de ciertos animales: que el delfín, que los simios (con todas sus variantes: macacos, changos, monos, micos, gorilas, chimpancés, etc.), que los caballos, que los perros, etc. Después cuando uno lee cosas como esta, o estudia alguna ciencia, oye hablar a una persona, ve un video o una película, da efectivamente risa “pensar” que los animales “piensan”. Y más cuando uno ve la maravilla de la maduración intelectual de los hijos, nietos, sobrinos, ahijados, etc., como pasamos de verlos como unos niños que necesitan todo a ser unos hombres o mujeres intelectuales, que han ido desarrollando su capacidad intelectiva y volitiva, su inteligencia y su voluntad (Jaime usa la palabra corazón para esto). Un perrito, por más que sea querido, seguirá actuando como perro, moverá la cola cuando esté contento, quizá saltará de alegría, pero no se reirá, ni hará chiste… sentirá –porque tiene sentimientos- pero hasta allí no más. En cambio el niño, la niña, pasará, tarde o temprano por ese gran y difícil momento de la pubertad, de la adolescencia, en la que hay un planteamiento introspectivo, de maduración intelectual, psicológica, sentimental. Es el proceso por el que no ha pasado Peter Pan, por el que seguirá siendo siempre un niño y no se podrá considerar un adulto.
El crecimiento intelectivo, como es lógico, es paulatino, de familiarización de lo novedoso. Pero, dice Jaime, es también un proceso de búsqueda, de aprendizaje, de refinamiento, en el que el papel de la voluntad no puede ser pasado por alto. Sigue diciendo Jaime que la capacidad de razonar y de deliberar, la capacidad de actuar intencionalmente, de vivir intelectualmente, crece en función de esos factores externos, pero sobre todo crece en función del empeño que la persona pone en corregir los propios errores, en compensar las propias limitaciones y defectos. Por eso es importante preguntarnos, interrogarnos sobre lo que conocíamos y sobre la forma en que actuábamos. Estas ideas me han caído perfectamente como anillo al dedo, porque últimamente he estado usando mucho una frase que he puesto en mi firma del correo electrónico: Senatus non errat et si errat non corrigit ne videatur errase, una frase latina que se decía del Senado de Roma, el Senado no se equivoca y si se equivoca no se corrige para que no se vea que se equivocó. En el aula, junto con mi colega Alberto Ibarra, hemos estado insistiendo en esta frase, especialmente en las clases de análisis de decisiones, porque es muy frecuente pensar en el ámbito de los negocios, que no es necesario rectificar, por miedo a mostrar que se han equivocado. Hay que partir del principio de que nos equivocamos (no siempre, pero sí con más frecuencia de la que queremos reconocerlo); así que si nos equivocamos, pues a rectificar; es una grandiosa posibilidad de crecer intelectualmente.
Sigue diciendo Jaime que el horizonte de la vida intelectual se ensancha mediante el estudio, la conversación, la lectura y el cine (no todo el cine, sino el buen cine, el que te hace pensar; no quiere decir que el otro cine sea malo, pero es para otra cosa, es para descansar). Pero dice Jaime que la vida intelectual se enriquece, se engrandece, principalmente mediante el trabajo sobre uno mismo.

Ya me salió muy largo esto. Y todavía no llego al final. Así que espero seguir más tarde. Por de pronto, publico esto… nos vemos luego.