Dos vidas «apasionantemente» ordinarias


(Desde hace más de 15 días tenía escrito este breve post, pero no encontraba la forma de darle un final más adecuado. El fallecimiento reciente de un amigo me ha dado pie para completar el post que ahora publico.)


Hace algunos días encontré en una revista, un breve comentario sobre un libro. El comentario lo leí porque el título del libro me llamó la atención, pues era un título súper exótico: «el lector del tren de las 6:27″… cuando leí el título me recordó otro libro que leí hace muchos años que también tenía un título exótico «el curioso incidente del perro a medianoche»… así que decidí comprar el libro… y con las comodidades de ahora, lo tenía en mis manos en 5 minutos… lo que tardó el Ipad en bajarlo…

Uno de mis asesores me ha indicado que siempre hay que tratar de conseguir un título interesante para los post que publico en este blog. Y tiene mucha razón, porque un buen título atrae inmediatamente…

Regresando al libro del lector del tren de las 6:27, podría decir de él que es un buen libro, muy bien traducido del francés, de donde es originario el autor; corto (unas 150 páginas, en versión para mini Ipad). 

De los últimos libros que  he leído, éste y el que comenté hace un tiempo («Ve y pon un centinela») me han gustado mucho, quizá porque, ambos son libros que cuentan cosas sencillas de la vida, sin ningún sobresalto, ni cosas extraordinarias.

Es más, en el caso del lector del tren de las 6:27, describe la monótona vida de un personaje que lo único exótico que tiene es su nombre y que todas las mañanas, durante el corto trayecto que hace en el tren de las 6:27 lee en voz alta algunas páginas de diversos libros, inconexos entre sí. Estas páginas son residuos del trabajo del personaje, quien se dedica a triturar libros diariamente para convertirlos en pasta para futuros libros.

La vida del lector, monótona, tiene durante los fines de semana más policromía. A medida que va transcurriendo el libro surgen una serie de eventos que van metiendo más color e ilusión en la vida del lector. El autor lo hace genialmente, poco a poco, metiendo nuevos personajes que van llevando a la obra hasta el DO de pecho hacia el final.

Un libro maravilloso de una persona ordinaria.

Luis Enrique

Y con esto quiero conectar con mi amigo Luis Enrique. Falleció hace unos días, y pienso que su vida fue apasionantemente ordinaria, igual que el personaje del libro.´

Digo apasionamentemente ordinaria, porque la vida de cada ser humano, puede ser apasionante. Describir la vida ordinaria de una persona, sus pensamientos, quereres, sentimientos, costumbres, lugares que visita, amistades, trabajo, problemas, alegrías, tristezas, es apasionante. 

Pero bueno, regreso a Luis Enrique.

Tuve el honor de conocerlo en enero de 1983; si no me equivoco, habrá sido el 12 de ese mes, un día antes de yo cumplir los 18 años. Empezaba a trabajar yo en el Colegio El Roble (Centro Escolar El Roble, para mayores señas) para tratar de financiar mis estudios universitarios. Tenía poco más de 15 días de haberme trasladado a vivir a Guatemala.

El jefe que me tocó en ese primer trabajo no era -como decirlo- muy buen jefe. De alguna manera él pensaba que yo sabía todo, cuando en realidad no sabía nada de nada de un colegio, ni de mi trabajo, ni de mis obligaciones ni nada… Y me mandó a hacer una cosa con el «Profesor Luis Enrique» (este jefe era muy formal, y siempre se refería a los profesores con el título por delante del nombre…). Llegué con Luis Enrique y le pregunté por lo que yo había entendido a mi jefe.

A ver, sentate

La cara que puso Luis Enrique fue de asombro y cariño. Me dijo en buen chapín: «a ver, sentate». ¿Qué fue lo que te pidió Víctor Hugo? me preguntó. Yo le traté de explicar qué le había entendido, hasta que sacó la conclusión de que no le había entendido nada… así que, con gran paciencia me fue explicando cómo funcionaba el sistema en mi nuevo trabajo.

Siempre he pensado que esa conversación me ayudó enormemente a seguir adelante con ese trabajo y poder arrancar mis estudios universitarios. Si Luis Enrique no hubiera tenido la paciencia y el cariño de hacerlo pienso que mi vida hubiera ido por otros derroteros… 

Ese año traté a Luis Enrique bastante; luego dejamos de vernos tan seguido, pero siempre que nos veíamos nos molestábamos con una broma que ya ni recuerdo cuál era el origen… de hecho, yo le decía a él «Rey-rro-rro-rri-rri», pero con la clásica pronunciación chapina, un poco arrastrando las «rr» y convirtiéndolas en una «ersse» (no sé cómo fonetizarlo).

Durante años coincidíamos una vez al año en una Misa a la que asistíamos ambos. Año con año veía cómo crecía su familia. Lamentablemente a su familia, señora e hijos, sólo los veía una vez al año, así que no pude hacer amistad con ellos.

Hace pocos años, pudimos convivir un poco más, pues Luis Enrique, ya un señor de casi 50 años, asistía a unas clases que yo impartía. Tenía una avanzada diabetes que le complicaban la vida enormemente. Pero, a pesar de eso, siempre estaba contento, con una buena sonrisa en su cara redonda… y, especialmente, muy cariñoso, con muchos detalles  con los demás. De hecho, en el Roble, donde había vuelto a trabajar después de estar fuera algunos años, le decían de apodo «cariñosito»…

Luis Enrique nunca hizo nada extraordinario; o por lo menos, no que yo haya sabido. Era un hombre normal, con sus cualidades, virtudes y defectos. Terminó una carrera -que yo calificaría en las aulas del IPADE como «exótica»- y ejerció siempre la docencia, el ser profesor. 

Fundó  una familia, trató con alumnos, con papás, con colegas. Yo siempre lo tendré presente en mi cabeza y mi corazón con su sonrisa. 

Muchas gracias Luis Enrique por aquella ayuda  y consejos en el lejano 1983…

Muchas gracias Luis Enrique por el ejemplo de una vida ordinaria, corriente, llena de pequeños detalles…

Dale de nuestra parte un gran beso a María Santísima, que seguro te estaba esperando a la entrada del cielo.