¡Ah del Castillo!


Hasta hace un momento he finalizado de transcribir mis apuntes de la clase de Poder, Gobierno y Autoridad que nos impartió hace más de un mes Rafael Alvira para la Maestría en Gobierno y Cultura de las Organizaciones. Tenía pendiente de escuchar las últimas 5 clases, a las que no pude asistir por motivos de trabajo. Así que me he pasado varias horas con los audifonos, escuchando las clases, transcribiendo, deteniendo el audio, regresando hasta que por fin he finalizado la transcripción en 48 páginas de Word. Ahora toca sentarse a estudiar esos conceptos y asimilarlos para preparar el examen.

Me llamó la atención la parte final de las clases. Ya había terminado lo que tocaba dar y sólo tuvo un colofón. Nos contó que había sido codirector de una tesis de doctorado de un italiano que había estudiado el tema del buen humor en la empresa. Comentó que el tema le había gustado y por lo tanto -como buen filósofo- se había puesto a estudiar el asunto. Y comentó unos 10 minutos algunas ideas que ahora trato de exponer por este medio.

Decía que en español el sentido del humor se distingue del buen humor. Son dos cosas distintas. Uno puede tener sentido del humor y estar de mal humor; o tener buen humor y no tener sentido del humor.

El sentido del humor es algo innato, así que es difícil de adquirir por más que se haga. Es el clásico conocido (a) nuestro al que hay que explicarle los chistes, o que no se ríen por nada. Son los que en el lenguaje coloquial se llaman «serios». 

Según contó, los catalanes -como una generalización- son un grupo a los que molestan por no tener sentido del humor. Y contó una historia de un chiste que él le contó a un catalán. Era un chiste medieval, porque se presentaba un caballero delante de un castillo catalán, y a la usanza de la época grita al vigilante «Ah de la Almena»; el vigilante -que era catalán- contestó también a voz en grito: «B de Barcelona».

A quien Alvira le contaba el chiste le encantó muchísimo el chiste, así que a la primera oportunidad que tuvo lo colocó a un grupo. Ubicó perfectamente en el tiempo y en el espacio al caballero que llega frente al castillo medieval. Y frente a la almena gritó a todo pulmón: «Ah del Castillo». 

Todo parece indicar que fue la última vez que este catalán quiso contar un chiste. Sencillamente no era lo suyo.

De hecho, el sentido del humor es algo muy relativo, muy circunstancial. El mismo chiste en dos momentos distintos puede causar una gran gracia o molestar a los escuchas. Efectivamente hay momentos buenos para contar chistes y momentos malos.

Tengo un amigo al que le dicen de apodo «velorio» porque siendo profesor de últimos años de colegio, contaba con frecuencia chistes en sus clases. Y como los velorios tienen fama de ser un buen lugar para contar chistes, pues así le pusieron de apodo.

Además de las circunstancias de lugar y tiempo para el sentido del humor, es necesario conocer a las personas a las que se le hará la broma o contará un chiste, etc. 

Eso pasa muchas veces en el aula. Uno nunca sabe cuando algo que se cuenta en el aula causará o no risa. 

Cuando veo a un auditorium muy serio, interrumpo un poco la clase y  les comento que no sé qué hacer para que se rían, porque yo no cuento chistes en el aula. Y luego hago una pregunta retórica, ¿saben por qué no cuento chistes en el aula? Y continúo, porque una vez, en 1983, en mis primeros «pininos» en las aulas, me topé con unos revoltosos niños de 9 ó 10 años. Eran las primeras clases que daba, muy jovencito, y el control del aula deseaba mucho que desear. Así que di un grito más o menos así: «Si se callan les cuento un chiste». El silencio fue absoluto. Así que de improviso me encontré contándoles un chiste a aquellos niños. Nunca he recordado el chiste que les conté. Pero sí resuenan en mis oídos todavía lo que pasó cuando terminé de contar el chiste. Se escuchó un «Buuuuuuuuuu» monumental. Así que decidí que nunca más debería contar un chiste en el aula. Y opté por contar anécdotas.

Las anécdotas pueden ser chistosas, entonces la gente se ríe; si no son chistosas, la gente no se ríe, y no pasa nada, porque es una anécdota. Lo peor es contar un chiste y que no se ría nadie, o que te abucheen como me pasó en 1983. Pero quizá es peor tener que decir lo que una vez le oí a un profesor decir: «bueno, ya acabó el chiste, ríanse». 

A veces la ironía puede ser un gran instrumento de humor. Pero la ironía exige más de lo que antes he comentado: conocimiento de los que te escuchan. Todavía recuerdo hace años cuando me tocó dar 17 veces en dos semanas una conferencia. Ya me sabía de memoria lo que tenía que decir en cada momento. Resultaba con esa conferencia dos cosas que tienen que ver con el tema del buen humor y del sentido del humor. Resultaba que usaba mucho el sentido del humor con ironía, por contraposición. En general, la gente se daba cuenta de que lo estaba diciendo por contraposición; decía que era «altísimo» cuando a la legua se veía que era muy «chaparrito». Y cosas de ese estilo; o como dirían los antiguos, «situaciones de esa jaez».

Pero resultó que en uno de los grupos dije una ironía, y nadie se rió; es más, ni siquiera nadie sonrió; dije otra, y lo mismo; por aquello de la tercera es la vencida, probé con la tercera, y tampoco hubo risas. Así que opté por ponerme serio y no usar en esa conferencia ironías. Se ve que no tenían sentido del humor o que en ese momento  yo no andaba muy inspirado.

Pero también durante esas conferencias me pasaba otra cosa. El tema era un tema un poco especial, en el que tenía que aclarar unas mentiras vertidas por un escritor en un libro, y que pronto saldría una película. Pero las mentiras eran tan serias y tan absurdas, y la gente se las había ido creyendo, que cada vez que avanzaba en la conferencia me iba cambiando el humor. Pasaba de buen humor a mal humor. Invariablemente en las 17 conferencias me iba enojando. Al acabar las mismas lograba dejar ese mal humor para retomar lo que todos deberíamos tener, un buen humor.

Ya me salió más largo de lo que esperaba este post. Y tengo muchas otras cosas que comentar, así que lo dejaré aquí y luego otro día continuo.