“Me gustas, Sidi Qambitur”

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Hace más de 20 me topé, por recomendación de mi profesor y amigo Felipe con un autor español: Arturo Pérez-Reverte. Recién había escrito un par de libros sobre el Capitán Alatriste, y conforme fueron saliendo los demás libros de la serie me los fui leyendo uno a uno. La soltura con la que escribía Pérez-Reverte me encantó en ese momento, y todavía tengo varias frases anotadas en mi agenda que de vez en cuando uso o leo… hay una que me encanta que más o menos dice así: “esa persona andaba más perdida que oso pardo en misa de réquiem”.
Pérez-Reverte escribe sobre historia, novelándola. El famoso Capitán Alatriste no existió, pero uno goza con sus hazañas y sufre con sus dolores y angustias. Pero entre bromas y veras va a dando a conocer cómo eran los tiempos en los que se desarrollaba la vida del Capitán, con el Rey Felipe IV y su Conde-Duque de Olivares como Valido. Me gocé mucho esas aventuras al tiempo que aprendí algo de la historia de España del siglo XVII. Valiosa contribución de Pérez-Reverte al conocimiento de la historia (con los matices que toda  historia novelada tiene que tener).


Antes de seguir me permito hacer una digresión con un chascarrillo y una anécdota. El chascarrillo será para entender la anécdota. Desde ya pido disculpas a mis paisanos salvadoreños si alguno se molestara por el chascarrillo, pues tiene que ver con ese pequeño, lindo y sufrido país donde tuve la gran fortuna de nacer y a quien quiero con todo mi corazón.
Dicen que un niño salvadoreño le preguntó a su papá: “Papá, ¿cuántas palabras se escriben con ‘j’?” A lo que su padre le contestó: “Caji toda mijo, caji toda”. Lamentablemente no se puede aquí pronunciar el “ajento jalvadoreño”, pero creo que con esto quedamos explicados para lo que sigue.
La anécdota. Hace unos 40 años en Burgos, España. Un grupo de estudiantes universitarios y de últimos años de colegio visitaban la Catedral. El guía, antes de entrar les había dicho que allí estaba enterrado el Cid. Luego, durante la visita les decía algo así: “pronto llegaremos al lugar donde está enterrado el Cid”. Y constantemente les anunciaba que llegarían donde el Cid. Cuando estaban a punto de entrar a la zona donde está enterrado el Cid Campeador, el guía les dijo: “Bueno, al fin hemos llegado donde está enterrado el Cid”. El guía se calló porque habían llegado al lugar histórico más importante de la Catedral. Pues en ese preciso momento un jovencito salvadoreño, todavía en el colegio, levanta la voz y pregunta con su marcado acento salvadoreño: “¿Y quién es el Jid, pue?”.

 No sé qué sucedió después de ese momento. Espero que el guía haya sido benévolo con aquel muchacho que ignoraba tantas cosas. Pero conociendo a los españoles, le habrá soltado unos cuantos “tacos” de los que el sagrado lugar le hubiese permitido.



Regreso al tiempo presente.
Hace unos días, en una de las tantas visitas a la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, me pasé por la librería Gandhi. Allí, en primera fila estaba un nuevo libro de Pérez-Reverte, que se titula “SIDI” y que tiene como subtítulo “un relato de frontera”. La verdad que no le hice mayor caso, porque  de Sidi no me sonaba nada de nada. Lo más parecido había sido el Cid, pero no me concordaba, por lo que no lo compré.
Pero la curiosidad y los buenos libros de Pérez-Reverte que me había leído me concomieron por dentro. Y con la facilidad ahora de bajar unas cuantas páginas en el Ipad, pues me dediqué a leer ese nuevo libro. Y me capturó. A los pocos minutos ya me había acabado las páginas gratis, y pagué por bajar el libro completo. Me encantó.
Es una historia novelada, de una etapa de la vida del Sidi Qambitur en la lengua del Rey Musulmán de Zaragoza, o el Señor Campeador, en castellano, Cid Campeador como se conoce actualmente. Es la etapa de su primer destierro del Reino de Castilla y León en lo que Sidi tuvo que buscar un rey a quien servir. Tenía tal prestigio que lo empezaron a seguir cientos de personas que estaban dispuestos a dar la vida por él y a pasar por las mismas penalidades que él.
Las conversaciones con el Rey Mutamán de Zaragoza, a quien el Cid sirvió algunos años, son maravillosas. Supongo que debidas en la mayor parte al estudio y a la pluma de Pérez Revete, más que a conversaciones históricamente comprobada. Pero la admiración del Rey sobre el Cid llega a tal punto que le dice la frase con la que encabezo este post: “Me gustas, Sidi Qambitur”. (Entiéndase que esto se lo dice porque lo estaba contratando para que batallar contra su hermano…)
No soy crítico literario ni aspiro a serlo. El libro me habla de unas virtudes siempre tan necesarias en una sociedad: Fidelidad, Lealtad, Confianza, Respeto, Amistad, Entrega, Generosidad, etc. Maravillosas virtudes en hombres de hace casi mil años y en las mujeres y hombres del siglo XXI.
También me abrió los ojos para entender más y mejor la época feudal, la reconquista española y las relaciones entre los diversos reinos que hubo en España en esos siglos de ocupación musulmana. De igual manera como hace unos años descubrí cómo había sido la “caída” del imperio romano. 

De ambos eventos yo tenía una idea muy “discreta” (uso la palabra en sentido matemático). Es decir, antes había imperio y un día dejó de haber imperio; o los musulmanes conquistaron España y ahora ya los echaron. Y no. Fueron años, casi siglos de eventos… el imperio romano desapareció poco a poco, y así, también paulatinamente, surgieron los señores feudales… surgen de forma natural, para proteger y protegerse. Y luego con la conquista algo similar… movimientos, reyes, alianzas de cristianos con moros y de moros con cristianos… durante siglos. A veces, los estereotipos nos hacen simplificar las cosas.
Dicho sea de paso, quien más mal queda en el libro, aparte del Rey Alfonso VI de León-Castilla es el Conde de Barcelona, Berenguer Remont II
Espero que Pérez Reverte complete por lo menos con dos o tres libros más la vida del Cid. Me hace ilusión leer las siguientes aventuras del Sidi Qambitur.