Un pequeño paso para (un) hombre

El 28 de abril de 2021 falleció el último de los tres tripulantes del Apollo 11, quienes, en 1969 dejaron, por primera vez sus huellas en nuestro pequeño-gran satélite, la luna. En esa ocasión, cuando Neil Armstrong puso sus botas en el pegajoso polvo lunar, dijo que era «un pequeño paso para (un) hombre, un salto gigante para la humanidad». El 28 de abril, exactamente un día antes del fallecimiento de Michael Collins, recién había terminado de leer, con gran fruición y emoción, un libro que precisamente se llama así «un pequeño paso para (un) hombre«.

Recientemente había salido una recomendación sobre un libro titulado «los otros vuelos a la luna«. Como pasa ahora con las tabletas, te dejan darle una leída a las primeras páginas de los libros. Así que me bajé el libro y comencé a leerlo. Después de la introducción, descubrí que era «continuación» de un libro publicado anteriormente.

Así que, ni lento ni perezoso, bajé el primer libro, y me lo leí de un tirón. Bueno, no de un tirón, pero sí bastante rápido, porque me cautivó.

Está muy bien escrito y tiene «mil» detalles absolutamente desconocidos por la mayoría (entre los que me incluyo).

Tenía previsto escribir un poco para comentar «charadas» -dirían en Guatemala- sobre el libro. Cosas que me llamaron la atención enormemente y no conocía. Así que, con la coyuntura del fallecimiento del último de los tres astronautas del Apollo 11, me animé antes.

(Por cierto, ya empecé a leer el segundo libro mencionado aquí).

Con alguna frecuencia -antes más que ahora- utilizaba un argumento de autoridad para afincar mis afirmaciones. Decía algo así: «está científicamente demostrado que…» y soltaba mi frase. Casi siempre lo hacía por molestar, y por quitarle importancia a afirmaciones que la gente cree sólo porque alguien les dice que está científicamente demostrado.

En esta misma línea, siempre me ha llamado la atención que cuando alguien quiere dejar en claro que algo está bien demostrado, se hace referencia a «científicos de la NASA».

Yo siempre me he «burlado» un poco de esa frase, porque -me imagino- que los científicos de la NASA no se dedican a andar investigando cosas por fuera de la NASA, sino que se dedicaron totalmente al objetivo que les puso el Presidente Kennedy a inicios de los años 60’s, cuando ofreció que llegarían a la Luna antes de acabar la década.

Y quizá, en sentido estricto, los miles de ingenieros que trabajaban en la NASA en esa época, no eran científicos en sentido literal. Eran -y me imagino que siguen siendo- unos ingenieros de película; que literalmente, tenían que ingeniárselas para resolver todo tipo de problemas asociados con ese objetivo de poner a dos hombres en la Luna en menos de 9 años.

El libro va contando del proyecto Mercury, del Géminis y del Apollo, hasta llegar al Apollo 11, donde describe la llegada a la Luna de Armstromg y Aldrin, y con Collins dando vuelta «íngrimo».

Hay miles de anécdotas, que podrían gozar los lectores a los que les gustan este tipo de circunstancias. Pongo aquí las que me impresionaron y que me recuerdo. Aunque antes quisiera referir una frase literal del libro:

«En esencia, el sistema de navegación de la nave Apollo estaba diseñado para contestar tres preguntas: ‘¿Dónde estoy, dónde quiero ir y cómo llego hasta allí?'»

Me gustó la frase porque puede aplicarse a muchas cosas en la vida y en los negocios.

Doy paso a las cosas interesantes (para mí)

Había más de 200 lugares donde tenían explosivos el cohete Saturno V que llevaba a los astronautas a la Luna. Los usaban desde separar las etapas del Saturno hasta para abrir la portezuela de la cápsula una vez hubiera acuatizado y ésta se trabara.

El Saturno V medía más de 100 metros. Lo construían en el edificio más voluminoso del mundo (hasta que los hangares de la Boeing les quitó ese récord), donde se podían construir simultáneamente 5 cohetes.

Tenían dos posiciones de despegue, a unos 5 kilómetros del edificio. Era la distancia suficiente para que cualquier explosión no dañara el edificio.

El transporte del cohete desde el edificio se tardaba 5 horas y se hacía en un camino de grava (no había posibilidad de que el asfalto o el concreto aguantaran el peso de los cohetes).

La máquina que transportaba el cohete la manejaban 32 personas.

El cohete lo subían una plataforma donde lo fijaban. Para evitar que el fuego y el ruido destruyeran la plataforma, la inundaban poco tiempo antes del despegue.

Y luego, durante el despegue rociaban todo con agua a presión para evitar más daño. Por eso, en los despegues se ve gran cantidad de humo blanco, que realmente es vapor de agua.

El cohete era sostenido por cuatro «pinzas» que tenían que soltarse a simultáneo cuando la potencia de los motores podía llegar a la capacidad suficiente como para que se empezara a mover.

Si alguna de estas pinzas no se soltaba, un software hacía que se disparara un explosivo para romperla y evitar que el cohete se desviara.

Tenían pensado miles de posibles problemas que se podían presentar…y lo mejor, los tenían resueltos.

Por ejemplo, si tenían que escapar de emergencia antes del despegue, tenían un tobogán para caer los más de 100 metros de altura; y luego existía un bunker -a 12 metros bajo tierra- donde podían resguardarse de una posible explosión.

Y así, mil cosas más. Increíble como tenían todo pensado, estudiado, trabajado. Además, con la ayuda de miles de personas.

El software era rudimentario, pero clave. No sabría decir cuánto de desarrollo de ese software y hardware nos ha ayudado ahora a nosotros a tener en nuestros celulares muchas aplicaciones maravillosas.

La llegada a la Luna fue emocionante. Tenían previsto incluso la posibilidad de abortar el alunizaje a 20 metros de altura; o incluso ya cuando estaban recién posados en tierra.

Sabían que en la Luna había polvo, pero no tenían la seguridad de que tamaño era la capa de polvo. Así que tenían miedo de que las patas del módulo lunar se hundieran y éste quedara desbalanceado, lo que complicaría mucho o imposibilitaría el despegue.

Salir de la Luna, con un sexto de la gravedad de la tierra, implicaba alcanzar una velocidad de 1,500 metros por segundo, que contrasta con los 5,000 metros por segundo del despegue en la tierra.

Al regresar los metieron en cuarentena durante tres semanas, pues no sabían si iba a haber algún bicho extraterrestre que los pudiera afectar.

La pasaron muy mal en muchos momentos. La incomodidad, la falta de espacio, las poco higiénicas condiciones en las que pasaron la casi semana de viaje, el polvillo de la Luna que se les pegó por todos lados, y un largo etcétera.

Parece ser que la única bandera que sobrevive, de las 6 que plantaron, es precisamente del Apollo 11. ¿La razón?, porque en el despegue el polvo la tiró y la cubrió. En cambio las que dejaron los otros Apollo’s quedaron tal cual las pusieron. Y las partículas que caen en la Luna, y los vientos solares, las han destruido.

Se habla con frecuencia del espejo que dejaron para rebotar rayos láser. Parece que es fácil de hacer, pero es muy complicado, pues el rayo láser que llega a la Luna tiene un díametro como de 7,000 metros. Así que sólo unos pocos fotones del láser regresan al telescopio que lo manda.

Como dije, hay muchas más cosas que cuenta el libro. El autor Rafael Clemente tiene todo documentado, lo va narrando respetando bastante la cronología de los acontecimientos y tiene un pluma muy fácil de seguir.

Por de pronto aquí lo dejo. Espero que pronto pueda escribir algo similar del segundo libro.