Reducilo todo a virtudes

Tengo un buen amigo a quien conozco desde hace muchos años, que tiene un dicho: «Reducilo todo a virtudes».

¿Cuál es la idea de este dicho? Pienso que tiene muchas interpretaciones, o muchas aplicaciones. La primera vez que me lo dijo era porque le estaba haciendo una pregunta sobre una actuación de alguna persona. Y me dijo que para valorar la actuación, lo mejor era reducir el acto a las virtudes que aquel acto potenciaba o a las virtudes que conculcaba (Esta palabra no es de uso muy común, pero me parece que es una palabra que aplica perfectamente; podría decirse que es sinónima de destruir, atacar, disminuir la virtud).

Efectivamente, todo acto, toda actuación de alguien puede ser analizado por las virtudes que aplica o por las virtudes que conculca. Y eso es más fácil para descubrir si uno ha hecho algo bueno o algo malo.

La palabra virtud no es una palabra de moda. De hecho es poco utilizada en los ámbitos empresariales o en algunos otros ámbitos. Aunque la fuerza de la virtud misma acabará por hacerla regresar. De hecho, la palabra virtud proviene de latín vis, que significa fuerza. 

Tradicionalmente se ha visto a la virtud como un hábito. Un hábito, que como se sabe, se consigue por repetición de actos. Haciendo libremente un acto, una vez, y otra vez, se hace un hábito. De alguna manera, el esfuerzo que se pone para hacer el acto propio de esa virtud es menor a medida que vamos adquiriendo dicha virtud. Así, a una persona que tiene una virtud determinada le es más fácil hacer actos propios de esa virtud que a la persona que no tiene esa virtud; esta última tendrá que poner más esfuerzo para hacer el acto propio de la virtud. 

No sé por qué, pero cuando he tenido que dar clases sobre las virtudes, el ejemplo que me sale más a mano es la virtud de la puntualidad. Quien quiere ser puntual es porque no lo es, es decir, es impuntual. Tiene el vicio opuesto a la virtud. Así que si quiere ser puntual, ha de romper la facilidad que le da el vicio -hábito malo- de la impuntualidad, y hacer un primer acto de puntualidad. Como el hábito que tenía es precisamente un hábito, quitárselo cuesta mucho, y el impuntual siempre tiene tendencia a ser impuntual. Así que el esfuerzo por llegar a tiempo tiene que ser ayudado, muchas veces, por algo externo a él, que le rompa el vicio. Si se esfuerza, si pide ayuda, si se pone metas, pronto, debido a su esfuerzo diario, empezará a dejar atrás el vicio y empezará a adquirir el hábito de la puntualidad. Y ese hábito le facilitará ser puntual.

Así que a la virtud se llega, casi siempre, desde el vicio opuesto. Oh, tremenda dificultad. Pero para eso está la ayuda de los demás, de los amigos… Por eso en un libro que leí hace muchos años (regalo de mi buen amigo Josué Rivas) decía que la primera virtud para adquirir virtudes es la confianza, la «cum-fide», la fe; el saber dar el paso en el claroscuro de la fe. Es como un cieguito, que se deja llevar por un lazarillo, confía en él para que le lleve a donde quiere ir. 

Recientemente se ha puesto de moda el coaching. No tengo los conocimientos técnicos para explicarlo detenidamente, pero siempre lo he visto como una ayuda externa a alguien, especialmente en ámbitos empresariales. Además, cualquier deportista de élite tiene un entrenador. Así que todos necesitamos de ese amigo, de ese coach que nos guíe por el camino del hábito bueno, de la virtud.

Es todo un mundo el de la virtud y de los vicios. Un mundo que además no se queda en el plano teórico, sino que se aplica a nuestra vida, a nuestros actos.


Si Dios quiere nos veremos pronto.