La Epístola Nuncupatoria de Tomás de Mercado

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Ha habido temas que de niño y joven no me gustaron, pero que, pasados los años, me han encantado. Uno de ellos ha sido la historia. Desde hace algunos años me ha divertido leyendo de historia y gozando conocer las cosas que pasaron en tiempos pretéritos: cómo se vivía en otras épocas, qué dificultades tenían, cómo era la forma de pensar, cómo se movía la economía, etc. Son cosas bien interesantes, de las que uno puede aprender, o usar para tratar de explicar cosas que ahora vivimos pero que cuando uno las piensa, luego no les encuentra lógica.
Cuento una cosa que me pasó recientemente. A mí, el arte moderno no me gusta nada. Respeto a todos aquellos que les gusta y lo saben apreciar. Por ejemplo, la obra de Picasso no me gusta nada; y luego leí, y alguien me lo comentó, que Picasso era un gran retratista… y yo pensaba por dentro, “¿por qué este genio se puso a pintar unos cuadros tan feos -para mí- siendo como era un gran pintor y retratista?”. Y por más que le echaba cabeza no lo entendía. Quizá no lo he logrado entender todavía, pero hace algún tiempo me “cayó el veinte” de que a los pintores de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX les tocó la difusión de la fotografía. Antiguamente si alguien quería pasar a la posteridad, se mandaba a hacer un busto o una pintura. Y los pintores retrataban la realidad tal como era en ese momento. Pero luego, cuando aparece la fotografía, que retrata absolutamente fiel un paisaje o a una persona o a una familia, ¿para qué va a llegar el pintor a pintar exactamente lo mismo? No sé si esto sucedió así, pero a mí me hizo entender por qué los artistas se fueron hacia otro tipo de pintura. En fin, mil perdones a aquellos a quienes pude ofender con mi opinión al respecto.
Pero bueno, la cosa es que la historia nos enseña muchas cosas de las que podemos aprender. Y es bueno saber un poco de historia.
Un amigo me dijo hace muchos años, que una cosa que ayuda mucho para estudiar historia es, previamente, leer biografías de personajes importantes de la época en la que uno va a leer un libro de historia. Le hice caso y me resultó muy buena experiencia. Porque me hice “amigo” de los personajes biografiados, y ya luego, la historia de esa época no me resultaba tan desconocida. Así que unos buenos años me dediqué a leer biografías o biografías noveladas, que me ayudaron a conocer personajes y a ubicar más o menos en el tiempo las costumbres y situaciones que pasaban.
Me viene a la memoria otra cosa que me tocó descubrir hace un par de años. Como me pasa siempre, me gustan las fechas y me sé algunos “datos inútiles pero interesantes”. Y en su momento me aprendí las fechas de la caída de Imperio Romano, por ejemplo. Y, lógicamente, tenía la fecha claramente determinada, como el fin del Imperio Romano. Pues, como decía, hace un par de años, descubrí que esa fecha no es exactamente tal cual, sino que es un evento que terminó de matar a este imperio. Pero el éste ya llevaba décadas en decadencia, en disminución del control político, fiscal, militar, en toda la extensión de la vastedad que había alcanzado. Se fue derrumbando poco a poco… y al fin entendí por qué surgió, después, la época feudal. El imperio dejó abandonadas las poblaciones y la gente tubo que agruparse y apoyarse para cuidarse de los bandidos e invasores. Y esas agrupaciones se iban apilando alrededor del más fuerte, y así surgieron los feudos.
En fin. Creo que ya me dispersé demasiado de lo que quería comentar. Así que voy a eso.

Hoy me tocó una junta de trabajo con Eduardo, a quien no tenía el gusto de conocer en persona, pero de quien había ya oído hablar, o más bien, de quien había leído algunos artículos publicados en una revista. Su apellido es inimitable, así que para mí era fácil recordarlo. En cuanto arrancó nuestra plática por Zoom le pregunté si estaba en la oficina o en la casa. Pero al ver la cantidad de libros que tenía detrás, inmediatamente pensé que estaba en la oficina. Y le dije “¿estás en el IPADE?”, a lo que me contestó: “no. Estoy en mi casa. Pero mi mujer es filóloga y yo soy filósofo, así que tenemos una buena biblioteca de más de 1,500 ejemplares”. Pues fue el inicio de una maravillosa conversación electrónicamente remota, hasta que al final de un buen rato, nos pusimos a trabajar.
Me contó Eduardo que está terminando su Maestría en Filosofía, y que ha hecho su tesis sobre Fray Tomás de Mercado. Por supuesto que no había oído hablar de Fray Tomás; Eduardo tuvo a bien contarme un poco de él. Un fraile dominico de mediados del siglo XVI (aquí tuvimos una buena discusión sobre cuándo es mediados y cuando finales de un siglo). Uno de los profesores de la Universidad de Salamanca, dentro del grupo conocido como de la “Escuela de Salamanca”. Vivió también unos años en México antes de entrar a los dominicos, y luego, murió llegando a México a inicios del año 1575 (está claro, para mí, que 1575 no es a fines del siglo XVI como Eduardo sostenía).
Pues este fraile es muy conocido principalmente (según me dijo Eduardo) por sus estudios de lógica. Aquí derivamos hablando hasta de Wittgenstein de quien otro día quizá escriba algo de cómo no entendí nada de lo que escribió.
La cosa es que este fraile Tomás de Mercado también tiene otro libro titulado “Suma de tratos y contratos” y Eduardo está haciendo precisamente su tesis sobre esta parte de lo que dejó a la posteridad este buen fraile del siglo de oro español.
Según me contó Eduardo -y lo poco que he podido leer posteriormente-, que el cambio que el descubrimiento y conquista de América provocó en el mundo fue espectacular. Y resultó en una de las globalizaciones que ha habido en la historia. También cambiaron costumbres, alimentaciones y diversas cosas. Y por supuesto, cambió mucho el comercio. Tomás de Mercado nació en Sevilla y allí se formó hasta que fue a México; en su regreso también recaló unos años en su tierra natal. Como recordarás, allí en Sevilla estaba la Casa de Contratación, que era dónde se centralizaba todo el comercio con la Nueva España, y en general con toda América. Así que, según me describía Eduardo, este fraile, con su experiencia como confesor escribió la Suma de tratos y contratos para ayudar a los confesores de la época a entender más a sus penitentes en relación con el comercio. Para la época, fue un avance muy interesante en la ética y en toda la casuística que estaba de moda en la moral de la época.
La cosa es que Tomás de Mercado aportó una serie de conceptos económicos, por llamarlos de alguna manera, en ese tratado que él escribió para los confesores. Y Eduardo es precisamente lo que está trabajando con su tesis, y que ofreció me iba a enviar en cuanto estuviera con todas las aprobaciones.
Ya casi publicaba este post, cuando recordé que le puse un título muy raro… “La epístola nuncupatoria de Tomás de Mercado”. Encontré la expresión “epístola nuncupatoria” precisamente en uno de los artículos que leí sobre este autor. Nunca había oído la expresión, así que “me gustó mucho por lo fea que es”.  Pero es muy simple. La epístola nuncupatoria es lo que ahora se llama “dedicatoria” en un libro. Y el artículo que leí hablaba de la epístola nuncupatoria de la “Suma de tratos y contratos”.
Espero que pronto le aprueben la tesis a Eduardo y la pueda leer y que sea el origen de alguno (s) post de este blog.
Gracias Eduardo por esa simpática conversación. Confío en que algún día pueda entender un poco más a Wittgenstein…
PS 1. Me topé con un artículo titulado “Filosofando sobre el valor del dinero en la España de Felipe II”, que entre otras cosas dice: “Hasta ahora la manualística ha repetido machaconamente que los primeros pensadores que filosofaron sobre el valor económico fueron los mercantilistas y fisiócratas franceses e ingleses. Mi propósito, en esta comunicación, es mostrar que en la España de Felipe II, cuando el comercio mundial pasaba por los Reinos de Castilla y Portugal, hubo por lo menos dos pensadores importantes que se ocuparon de la teoría del valor (…); y que ambos se adelantaron a formulaciones que sólo al cabo de dos siglos alcanzarían carta de naturaleza en la Teoría económica. La especulación de ambos supuso, además, una importante reflexión, evidentemente filosófica, sobre la naturaleza del cambio y el aprecio de las cosas (…). Los nombres de estos dos pensadores son: Tomás de Mercado y Bartolomé Frías de Albornoz”. (El autor de este artículo corto es Josep Ignasi Saranyana).
PS 2. En la nota al pie de página del párrafo que transcribí arriba dice: “Algunos nombres pueden resultar familiares. Por ejemplo: Francois Quesnay (1694-1774), Adam Smith (1725-1790), Thomas Robert Malthus (1766-1834), David Ricardo (1772-1823) y Jean Baptiste Say (1767-1832).

PS 3. Pues las dos fotos de cuadros que he puesto son precisamente de Picasso.

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