Tirar para arriba


Hoy escuché una frase que me comentaron que dijo el Presidente Reagan. No la tengo textual -ni la busqué- pero más o menos decía así: «Con este país tan grande que tenemos, no podemos tener sueños pequeños».

Me vino como anillo al dedo, porque desde hace algún tiempo vengo dándole vuelta a un tema, especialmente para los chapines. De hecho, en alguna de las últimas clases que me ha tocado dar en Guatemala, ha sido tema de plática con mis alumnos, a quienes les he pedido la opinión a ver qué piensan de mi teoría.

De hecho, introducía este tema con otra anécdota que me pasó hace un par de semanas, un domingo por la mañana. Unas alumnas de la Maestría de Tiempo Completo del IPADE de México querían que les explicara algunos conceptos que no habían captado bien en clase. Así que vía Skype desde Guatemala logramos contactarnos mientras ellas deglutían un suculento desayuno. Pronto finalizará la maestría, después de dos años; tuve el gusto de conocerlas recién llegadas al IPADE. Una de ellas -Mónica- llegó la IPADE con su título de Psicóloga. Por supuesto que en los cursos introductorios sufrió enormemente todo lo cuantitativo.

Pero transcurridos dos años de estudio y de esfuerzo, ese domingo Mónica llevó la voz cantante de las preguntas de Finanzas Internacionales. Aunque no se lo dije, me dio un gusto enorme de ver cómo aquella psicóloga «anticuantitativa» ahora era quien les explicaría lo que a través del Skype les iba comentando. (Este tipo de cosas es una de las grande satisfacciones de los profesores… ver cómo sus alumnos crecen y te dejan atrás rápidamente)

Y, gracias a Dios, Mónica no es la excepción a esta regla de lo que puede provocar un tiempo de estudio: la superación personal, y el descubrimiento de habilidades que estaban dormidas o aletargadas.

Con esta anécdota -como tengo dicho- introduje el tema con mis alumnos guatemaltecos. Les comentaba que me da la impresión de que el chapín promedio (con las injustas generalizaciones de lo que es un promedio) tiende a tirarse al piso, y siente -y piensa- sobre sí mismo, una falta de confianza que le provoca un «autoimpedimento» para proponerse metas altas, que obvio nunca conseguirá. 

Me recordaba también aquella otra frase, esta vez de Carlos Llano «Vale más la pena ponerse la meta de la excelencia y no lograrla, que la de la mediocridad  y  conseguirla». ¡Qué sabia frase! 

Lo veo con muchos estudiantes entre mis alumnos, que lo único que quieren es tener un título y no necesariamente aprender. Quieren ganar los cursos con el mínimo esfuerzo; o mejor, si se lo regalan (nos encanta que nos regalen cosas; y a veces casi exigimos un regalo). Lamentablemente no van adquiriendo hábitos de exigencia, de fortaleza, de templanza, de esfuerzo para llegar a la meta. 

Nuestro profesor de retórica nos decía que ya los antiguos habían escrito que a los «ricos por herencia, o a los guapos, a los que tienen dones naturales, no se les elogia, sino sólo se les felicita». A quienes se elogia  es a aquellos que no teniendo nada, han conseguido todo; o por lo menos, se han superado. Pues esa superación ha significado un gran esfuerzo… y entonces, se les elogia con gran gusto y admiración.

Tenemos que darnos cuenta de que el chapín promedio tiene que sentirse más orgulloso de sus cosas. Es claro que no tenemos la grandeza de USA, ni el tamaño de México, pero tenemos muchísimas cosas bellas y gente maravillosa a la que podemos jalar (halar) para arriba. Pero tenemos que ir por delante, no tirándonos al piso, sino plantearnos metas altas, metas magnánimas, ¡la excelencia de Llano! y luchar por conseguirlas.

No podemos esperar -como Felipito- a que la realidad se ponga bonita. No tenemos que esperar a que el gobierno haga algo por nosotros: ¡No! Hagamos nosotros lo que debemos hacer. Trabajemos intensamente, estudiemos en serio, culturicémonos, leamos frecuentemente en lugar de ver tanta televisión (o chatear tanto,o pasar en facebook un gran rato curioseando), pensemos las cosas y dialoguémoslas con otras personas, metamos cabeza y decidámonos a ser personas valiosas para nuestra familia, nuestra empresa y nuestro país.

Ah, pero costará. Esto quizá nos detiene. Por de pronto, empecemos. Si no hay principio, tampoco habrá intermedio ni final. Así que arranquemos, busquemos a alguien que nos ayude, que nos apoye, y a quien nosotros también podamos apoyarlo.

Hay miles de cosas que podemos hacer que tendrá repercusiones ahora y en el futuro. Ver qué cosas podemos aprender de los demás (pienso por ejemplo que de USA podemos aprender su pragmatismo, y de México su amor por su país -que a veces se les pasa un poco-). 

¡Tomemos el riesgo de equivocarnos!

 P.S. No he mencionado a mi tierra natal El Salvador a propósito. Me parece que el salvadoreño tiene otras circunstancias, y que esta no es una de ellas. De todos modos no me siento capaz de hacer un juicio sobre los salvadoreños, o por lo menos, no les aplicaría todo lo que aquí he mencionado.