«Rollos» acerca del acto libre

«El acto libre es la respuesta gratuita a la solicitación impotente de un bien finito». Esta frase, del filósofo-teólogo francés Garrigou-Lagrange, pone inicio a estas breves consideraciones sobre el acto libre.

La frase, que cita Llano en su libro «Examen filosófico del acto de la decisión» es de su maestro, y la tilda de bella. Efectivamente es  una bella frase, aunque quizá quede un poco inentendible para el común de los mortales.

El ser humano, la mujer, el hombre, decidimos constantemente. Y ese decidir, es un acto libre, algo por el que nos inclinamos hacia algo sin una «razón intelectual» clara. De hecho, en la parte del libro que estoy estudiando ahorita, Llano analiza la elección entre dos bienes equivalentes, o antes dos alternativas equivalentes.

Esas alternativas, son bienes, que además tienen como característica su finitud; son bienes, que no tienen una diferenciación entre uno y otro (u otros) que sea tan evidente como para que la razón diga: voy por este. Es decir, el bien es  impotente para atraer directamente, pues cada bien es similar al otro. Por eso dice Garrigou-Lagrange, que el bien es impotente para atraer (solicitar) directamente. Y lo único que queda es la respuesta gratuita de la voluntad. 

Espero haber explicado algo esta bella frase.

Pongo aquí otras ideas, más o menos conexas con esta.

La elección, la decisión, siempre está de la mano de la inteligencia, y principalmente, de la voluntad. De alguna manera la elección es un deseo dependiente de un consejo: el deseo es propio de la voluntad pero el consejo es propio de la inteligencia.

En las «discusiones académicas» que hemos tenido con unos colegas, nos hemos preguntado acerca de si las palabras elección y decisión son sinónimas en estos ámbitos. Hemos armado unas buenas discusiones en torno a este tema. No quiero zanjar el asunto, pero sí añadir una frase de Llano que pueda dar más luces: «el objeto de la elección son los medios para llegar al fin».

La pregunta que luego se han hecho los filósofos es ¿qué potencia decide?  Es la inteligencia, que podría verse como un «entendimiento apetitivo» (recuerda que el apetito es lo que lleva a moverte) o es la voluntad, que se podría ver como un «apetito intelectivo». Llano, citando a sus dos grandes fuentes -Tomás de Aquino y Aristóteles- llega a concluir que es la voluntad, el «apetito intelectivo» quien decide.

Pero esta decisión sigue a una sentencia o juicio, que es propio del intelecto. Como había comentado en un post anterior, a la hora de la elección,  hay una cantidad de factores que influyen en la misma. De manera especial, la persona se mueve por un fin, se tiene la intención de alcanzar ese fin, y las elecciones son de los caminos que nos llevan a ese fin. 

Hablaba en el post anterior de la fidelidad al fin. Cada elección está en función de ese fin que nos hemos propuesto. No quiere decir que no podamos cambiar el fin, porque quizá está erróneo o incompleto. Pero para hacer eso, es necesario ir cambiando las elecciones, de tal manera que se acomoden a ese nuevo fin.

Se dice que «universalia non movent», que lo universal no mueve, sólo los bienes concretos, y por lo tanto finitos. De ahí la importancia de que las elecciones sobre los medios estén asociadas al fin. Porque todas nuestras elecciones siempre se refieren a nuestras acciones, a movimientos concretos, a ese acto libre que escoge, elige, el bien finito que no logra solicitarnos.

El fin se comporta como principio en las cosas realizables. El fin no entra en la elección. Uno de mis preceptuados, que leyó mi anterior post, me preguntaba acerca de este fin, del fin último. Y aquí hay un elemento para empezar a añadirlo… el fin no lo elegimos.

(Te agradezco que hayas podido llegar hasta aquí en esta lectura)

Estos conceptos -casi conceptos de tipo universal y  no concretos- me parece que tienen una utilidad en la práctica. Vivimos en una sociedad donde  hemos magnificado bienes y los hemos convertido en fines. Un bien particular -que es parcial e insuficiente- lo hemos convertido en un bien absoluto. Pensemos en el dinero, en el placer, en el poder… y no sólo en cosas genéricas, sino en cosas concretas, como el placer en la comida, en la comodidad exagerada, en el placer venéreo por el placer… y hemos dejado verdaderos fines más nobles, absolutos, que son sustituidos por estos bienes finitos. Y como elijo sobre realidades particulares -aquellas sobre las que versan las acciones- se requiere que lo que se conoce se conozca como bueno y conveniente en particular, y no sólo en general.

Pero los bienes particulares, al no movernos definitivamente, nos deja indecisos y con incertidumbre: no sabemos qué hacer. Entonces, en lugar de escoger un bien finito como tal, para ser fiel al fin (un fin adecuado), hemos convertido el bien finito en un fin, en un absoluto; pero como tiene entidad de bien finito, éste nos mueve como bien finito y como bien absoluto (esta frase es más bien cosecha mía que de Llano… espero no haberle errado).

«Qualis unusquisque est, talis finis videtur ei», tal como es una persona, así le parece que es su fin. Mi preceptuado citado arriba me preguntaba, «¿entonces el fin será el reflejo de quienes somos?» A lo que le respondí: al revés; eres lo que el fin que persigues.

En definitiva, no decidimos sin pensar, aunque sí decidimos lo que pensamos, que como se ve, no es lo mismo. Y el acto de decisión, de elección, es propio de la voluntad, que puede flexionar el juicio hacia donde quiere.

Así, en definitiva, somos verdaderamente libres. «Hay un reducto inabordable en el que la persona, por la voluntad, es todavía dueña de su decisión, y no puede a fin de cuentas conducida por nadie».

Perdón por este rollo… pero era para poner mis ideas en claro, aunque creo que logré ponerlas en oscuro.

Gracias por terminar de leer hasta aquí…